14º. Domingo Ordinario (C)

1. julio 2022 | Por | Categoria: Charla Dominical

El Evangelio de hoy parece que lo hubiera escrito Lucas para nuestros días. Porque hoy, más que nunca, Jesús mira al mundo y sigue repitiendo:
– La cosecha es muy grande, y son pocos los trabajadores.
Jesús contempla la Palestina de su tiempo, y ve a la pobre gente con hambre de Dios.
Quisiera ir Él personalmente a cada una de las ciudades y poblados a anunciarles la Buena Noticia de la salvación, pero no llega a todo. Ha escogido a los Doce que lleva siempre consigo, pero no bastan para tanta necesidad.
Y se decide por reunir a setenta y dos discípulos y mandarlos delante de Sí para que le preparen la llegada.
Los divide de dos en dos y les da instrucciones precisas.
– Les mando como corderos en medio de lobos.
Que es como decirles:
– No se ilusionen. Tengan presente que el mundo es malo, pero su valentía, su  mansedumbre, su  bondad son más fuertes que la perversión de ellos.
Les recomienda la confianza ilimitada en el Cielo:
– No lleven alforjas con provisiones, ni vestidos ni sandalias de repuesto.
Era igual que animarles a ser pobres de verdad para enriquecerse con los bienes del Cielo,  además de poder dar testimonio de riquezas mayores que las buscadas con tanta pasión por el mundo:
– Ustedes sean desprendidos. No pongan su confianza en el dinero, ni en los medios humanos, sino en la ayuda de Dios, que no les va a fallar.
No quiere Jesús que sus apóstoles pierdan el tiempo inútilmente con cumplidos sociales, sino que vayan a lo importante, como es anunciar la Palabra. La paz es el mayor regalo que pueden ofrecer:
– No saluden a nadie en el camino. Saluden en las casas diciendo: ¡La paz sea en esta casa! Y les aseguro que la paz de Dios bajará sobre ellos si hay quien la acoja.
Con solicitud por su bienestar, les hace ver lo legítimo de su trabajo, digno incluso de recompensa humana:  
– En la casa y en la ciudad en que entren, coman lo que les ofrezcan, pues todo trabajador merece su jornal.
Como si les dijera:
– No son ángeles del cielo, sino hombres de la tierra que necesitan las cosas de la vida. Si trabajan por el Evangelio, vivan también de sutrabajo por el Evangelio.
Ante los posibles fracasos, Jesús les tranquiliza:
– ¿Y si no los reciben en una casa o en una ciudad? Márchense de allí. Un día les llegará el castigo. Lo que importa y tiene Dios presente es su trabajo. El resultado no depende de ustedes. Déjennlo en la mano de Dios…
¿Qué ocurrió en aquella misión de los discípulos? Los enviados volvieron a Jesús locos de alegría:
– ¡Mira, Señor, hasta los demonios se nos rendían en tu nombre!
Jesús se siente feliz y se alegra inmensamente con ellos, a los que dice:
– ¡Sí! Si yo mismo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Pero, no se alegren precisamente por esto. Alégrense, sobre todo, porque sus nombres están escritos en el Cielo.

¿Dónde está la actualidad de este Evangelio para nosotros?… A nadie se nos oculta que el mundo moderno necesita muchos, pero muchos evangelizadores. Y así como Jesús no tuvo bastantes con los Doce, sino que echó mano muy oportunamente de estos setenta y dos, así hoy la Iglesia no puede llegar, con solo los Pastores, Obispos y Sacerdotes, a toda la inmensidad del campo que hay que evangelizar. Y llama voluntarios. El apostolado seglar, a las órdenes de los Pastores, se ha hecho necesario del todo.
Y somos nosotros, los laicos, a los que Jesucristo nos encomienda también la misión de evangelizar. Cruzarnos de brazos cuando hay tanta necesidad de operarios, es una traición a Jesucristo y a la Iglesia. Nosotros nos enrolamos con legítimo orgullo y con gran sentido de responsabilidad en la obra del Reino. Los hombres como hombres, y las mujeres como mujeres, todos tenemos un campo extensísimo donde desarrollar una asombrosa actividad apostólica. Aunque, si nos decidimos a ser apóstoles, somos conscientes de las dificultades y de las exigencias del apostolado.
Nos preparamos para la contrariedad: los lobos no dejarán en paz a los corderos y las ovejas.
Queremos ser desprendidos: no miramos nuestro propio interés, sino los intereses de Jesucristo. Sabemos que unos acogerán nuestro mensaje y que otros lo rechazarán. Nos es lo mismo: nosotros ponemos el trabajo; el éxito lo dejamos en la mano de Dios.

De una cosa estamos ciertos: que si trabajamos por el Reino, si nos damos a la obra de la Iglesia, esa salvación que predicamos y queremos llevar a los demás es ante todo la salvación nuestra. ¡Porque nuestros nombres están escritos en los cielos! ¡Y qué caligrafía debe utilizar nuestro Señor para trazar con elegancia el nombre de los que así se empeñan en hacer algo por El!…
Es lo mismo que Pablo decía de sus colaboradores de Filipos: “Sus nombres están escritos en el libro de la vida”.
Ni pensar en recompensa mayor…

¡Señor Jesucristo! Queremos ayudarte en la implantación y desarrollo del Reino. ¡Señor Jesucristo! Danos generosidad. ¡Señor Jesucristo! Abre todos los corazones al mensaje de la salvación.

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