La seriedad de nuestra fe
16. agosto 2013 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesUn día el conferenciante se propuso hablarnos de la seriedad de nuestra fe, y, sin embargo, comenzó con un cuento la mar de divertido. Un cuento que lo han presentado tan real, que hasta le han dado nombres, lugar y fecha con toda exactitud. Aquí omitimos ahora esos detalles, y colocamos sin más al protagonista en aquel monasterio de religiosos muy entregados a Dios.
Un payaso de profesión, muy bueno y con muchas ganas de servir a Dios, pidió ingresar en el convento, y las puertas se le abrieron sin más, porque el candidato era bueno de verdad. La vida en el claustro le cayó de momento muy bien, pero llegó un día en que el pobre aspirante empezó a aburrirse y añorarse:
– ¡Con lo bien que estaba fuera! ¡Con lo que me gustaba el circo, y lo mucho que divertía a la gente!…
Hasta que el payaso tuvo una idea genial: -¿Y por qué no emplearme en divertir a Dios? ¿Por qué no ejercer mi profesión de payaso ante Jesús Crucificado, para divertirlo y que no sufra tanto?…
En su sencillez, no se lo pensó dos veces. Se viste sus atuendos del circo, se va a la iglesia, y en la capilla del Santo Cristo que empieza la función… Un Padre muy grave que estaba en el coro, lo ve, y se queda pasmado: -Pero, ¿estará loco este pobre novicio? ¿Y a uno como éste le quieren admitir a la profesión?
De todos modos, el Padre se calla, y se propone observar más detenidamente el caso antes de acusar al atrevido profanador del templo.
Al día siguiente, lo mismo. Al otro, igual. En el coro son ya todos los Padres del convento los que observan, aunque sin hacer ningún ruido ni dejarse ver. Al día quinto, el Padre Superior no aguanta más aquella profanación.
Ya iba a bajar del coro, cuando él y todos los Padres ven atónitos cómo se desclava el Cristo de la cruz, y con un lienzo empieza a enjugar el sudor del payaso… El Superior calla, y al fin pregunta a todos los Padres:
– Si Cristo aprueba, ¿qué me toca hacer a mí? Este payaso, ¿vale o no vale para fraile? ¿Lo admitimos definitivamente, o no?…
El conferenciante dejó en este punto la historia, para preguntarnos casi exabrupto:
-¿Ustedes creen que no hay comediantes en la Iglesia? ¿Y están acordes con su actuación?… Yo mismo les daré la respuesta. Hay gente muy sencilla, como el payaso del cuento, que en sus rezos y prácticas ponen mucho amor, y como el amor es lo que cuenta, no hay más que admirar en ellos la obra de Dios. Dejémoslos entonces con sus rezos, con sus velitas, con sus devociones más o menos válidas, y que Dios se encargue de ellos. ¡Pero nosotros queremos tomar nuestra fe con más seriedad!
Es cierto. El hombre moderno, dejadas muchas actitudes antes muy válidas, hoy quiere hacer las cosas con más formalidad.
Llevada la cuestión a la vida de la fe, no es infrecuente escuchar, dentro de la Iglesia, la crisis que han sufrido algunos por prácticas religiosas antiguas y que actualmente no les dicen nada.
No les quitamos la razón, porque son personas serias, que no protestan por protestar, sino que exponen sus dudas y buscan solución al problema. Quieren cambios sensatos en nuestra manera de proceder.
Por eso, queremos que nuestra fe cristiana, y las prácticas con que la manifestamos, procedan de una mayor instrucción y formación religiosa.
Esta formación empieza con la catequesis en el hogar y la Parroquia, dirigida a los niños desde su edad más tierna. Los conocimientos religiosos del niño tienen que ir creciendo hasta transformar su fe infantil en la fe adulta de una persona mayor.
Y aquí viene el preguntar: ¿Y los medios? ¿Cuáles son los más eficaces, los más seguros, los que van a hacer hoy de nosotros, hombres y mujeres, esos cristianos y cristianas que queremos más serios, más formales?… Puestos a discurrir, las respuestas afloran espontáneas a los labios.
Ante todo, la lectura de la Sagrada Biblia. Quien basa su formación en la Palabra de Dios, manifiesta muy pronto una madurez de pensamiento poco común. Su juicio es equilibrado, sereno, prudente, a la vez que su oración, ya en plano sobrenatural, es mucho más profunda que la mostrada por quienes se nutren de devocionarios, por buenos y recomendables que sean.
Con la naturalidad mayor, y sin darse apenas cuenta, esa formación bíblica llevará espontáneamente a la formación por la Liturgia. Y entonces, la oración y el culto de la Iglesia llenarán el alma, e irán supliendo esas otras prácticas anteriores, que llegarán al punto de ser consideradas como unas frivolidades.
Los Sacramentos serán, finalmente, en especial la Eucaristía, la meta obligada de todas las aspiraciones del alma, exquisitamente preparada por la Biblia y el Culto a lo largo del ciclo litúrgico de la Iglesia.
El Documento de Puebla nos dice que “a la religión popular latinoamericana… le falta educación, catequesis, dinamismo” (Puebla 455)
¿Es falsa, por eso, la fe de nuestras gentes? No; es sincerísima. Y Dios nos la guarde siempre tan viva.
Lo que queremos es que sea más ilustrada; que deje muchos elementos que la detienen en un estado rudimentario; que satisfaga a los espíritus más cultivados y más exigentes.
Aquel conferenciante, que alabó al payaso por su mucho amor —y fue por eso muy acepto a Dios—, no gritaba contra la fe sencilla de nuestros pueblos. Pero, no le podemos negar que tenía razón al exigirnos a nosotros una fe más adulta, más seria. ¿Atinaría también con los medios que nos insinuaba para conseguir un bien tan alto?… Catequesis, Biblia, Oración litúrgica, Sacramentos… ¡Qué difícil que resultaría negarle la razón!…