Si Pablo volviera…
13. septiembre 2013 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesEl apóstol San Pablo, que era fogoso de verdad, era también un hombre muy sensato y que tocaba siempre de pies en tierra. Una prueba de esa su sensatez la dio al escribir a los del Corinto estas palabras: “Cuando les escribí en mi carta que no se mezclaran con los lujuriosos, no me refería a todos los lujuriosos de este mundo, ni a todos los avaros, ladrones e idólatras, pues en tal caso tendrían que salir de este mundo” (1Corintios 5,9-10)
¿Sabremos valorar estas palabras si miramos al mundo de hoy? No podemos negar que todos nosotros, arrastrados un poco del celo de Dios —¡porque lo amamos, esto sí!—, somos muy radicales en nuestros juicios y decisiones. Muchas veces desempeñamos el papel de Santiago y Juan, y le decimos a Jesús: ¿Y por qué no mandas fuego del cielo y así acabas con todo ese mal?… Jesús nos responde, con igual y mayor sensatez que Pablo, con las palabras de la parábola: Dejad crecer el trigo y la cizaña juntos…, que ya llegará el día para echar la cizaña al fuego y recoger el trigo en los graneros del Padre celestial…
Al mundo que contemplamos tan bello y que amamos tanto, quisiéramos verlo digno de Dios; sin embargo, abunda de tal manera el mal, que tenemos miedo por tantos hermanos que se pueden perder. Y por nosotros mismos, que podríamos correr la misma suerte fatal.
¿Pesimistas, por eso?… Ni Pablo, ni el mismo Jesús, nos darían la razón.
La actitud del cristiano es diferente. Al ver el peligro de verse envuelto por el mal, se arma de valor y se empeña en distinguirse como un valiente ante el enemigo.
Un médico alemán tiene que acompañar a un alto personaje hasta Nápoles, la ciudad tan simpática y tan llamativa para muchas cosas… Ha de asistir a un baile de sociedad, y al día siguiente oye a un colega, que comenta en corro de amigos: -¡Qué bien que estuvo el baile anoche! Como pueden comprender ustedes, es después imposible resistir a semejantes incentivos cuando uno se ve en tales ocasiones…
El Médico se pone serio. Y, sin ningún miedo, aunque con toda dignidad, da su testimonio, y responde:
– Difícil, sí; pero imposible, no.
– ¿Es que usted es de cartón, o qué?
– No; soy de carne y hueso como todos. Estudié medicina en grandes ciudades, y para perfeccionar mis estudios acabé en París. He tenido bastantes ocasiones, y declaro sin ambages, que tuve también bastantes tentaciones. Pero Dios me es testigo de que las páginas de mi cuaderno aún están limpias (Dr. Ringseis, con el Príncipe Luis de Baviera)
Estamos acordes en que la sociedad de hoy ha hecho más difícil la vida cristiana de lo que era en épocas pasadas. Pero, ésta es la arena en que se coronan los valientes. Nunca la Iglesia, siguiendo toda la tradición de la Biblia, y de los Apóstoles en particular, ha ocultado a sus hijos las dificultades en que se ve probada la autenticidad de un bautizado.
¿Por qué, por ejemplo, ya en la Iglesia antigua, se administraba la Confirmación a los adultos apenas recibido el Bautismo? La pedagogía de la Iglesia era evidente, y le venía a decir al nuevo cristiano:
– ¡Sin miedos! Recibe el masaje que te hace fuerte. Lánzate al estadio. A correr, a luchar, a vencer al enemigo que te espera y que no te va a dejar en paz… Con la unción del Espíritu lo vas a poder todo.
Estas palabras, óptimas en las persecuciones del Imperio Romano, no han perdido nada de su fuerza. Muy al contrario, ahora tienen más validez que nunca. Porque el peor enemigo no es el duro de la espada o de la pistola, sino el blando de la seducción.
Mirando todo positivamente, nos viene lo de Pablo, al que le dijo el Señor en medio de la prueba: “Te basta mi gracia, porque mi poder brilla y consigue su fin en medio de tu flaqueza” (2Corintios 11,14)
Esto lo vemos comprobado a cada momento. En medio de tanta oportunidad para desviarse, ¡hay que ver cuántos hijos e hijas de la Iglesia emergen de la masa, sin contaminarse en un mundo seductor!… Esto es obra de la Gracia solamente, y constituye un orgullo para Jesucristo.
Una mujer como Teresa de Jesús se veía arrastrada al mal, y sentía enorme fuerza para no darse a Dios. Hasta que venció. Pero, ¿a costa de qué? De una energía sobrehumana, como cuenta ella misma:
– Era tan incomparable la fuerza que el demonio me hacía, para que dejase la oración, y tanta la tristeza que sentía nada más me llegaba a la capilla, que necesitaba todo mi ánimo…, y dicen que no lo tengo pequeño, y harto se ve que Dios me lo dio más que de mujer…
Hoy que estamos en la era del deporte arriesgado, al cristiano se le ofrece la ocasión de lucirse y de ganar campeonatos espectaculares.
Este era el pensamiento de Pablo hace ya dos mil años, y las cosas no han cambiado de signo.
El mundo sigue como entonces, y hay que ver lo que era Corinto, la ciudad más perdida del Imperio. Sin embargo, el Apóstol, y en carta precisamente a los de Corinto, no nos dice que nos escapemos del mundo, sino que lo venzamos con gloria.
Todo esto exige, es cierto, el ir contra corriente. Pero esta es la condición de la vida cristiana. Por algo Jesucristo nos previno, y nos decía: Vosotros no sois del mundo, como yo tampoco lo soy (Juan 17,16)
La gloria de la victoria se la lleva finalmente Jesucristo en persona. Porque sólo por Jesucristo se juega el cristiano la vida, la reputación, el nombre… ¿Jesucristo contento, y orgulloso de nosotros? Pues, nosotros contentos también, y orgullosos únicamente de Jesucristo…