¿Podemos hacer algo?…

27. septiembre 2013 | Por | Categoria: Reflexiones

Hubo en el siglo quince y hasta entrado el dieciséis, un Santo con influencia social enorme en las cortes reales de Italia, Francia y España, y largó su influencia también a nuestra naciente América. Se llamó Francisco de Paula.
Monje laico, porque nunca quiso ordenarse de sacerdote, se abrazó en su vida con la pobreza más absoluta, e hizo tales milagros que pasa como uno de los santos más taumaturgos que han existido en la Iglesia.

Los reyes se enorgullecían de hospedarlo en sus palacios, aunque él, cumplido su encargo de consejero, se retiraba a la cabaña que se había construido para seguir con su vida austerísima y de pobreza total. Así siempre, hasta sus novenita y un años cumplidos de vida. Valga esta presentación de Santo tan singular, antes de narrar los dos milagros más serios de su vida.

El rey de Nápoles llevaba una vida muy desarreglada y era un terrible opresor de los ciudadanos. Sin embargo, temía al monje Francisco. Una vez el rey le manda una bandeja de pescados fritos, pero el Santo les echa la bendición, les devuelve la vida, y se los remite al rey, con estas palabras:
– Digan al rey su señor que, así como yo he devuelto la vida a estos animalitos, que devuelva él la libertad a tantos infelices como tiene injustamente sepultados en las cárceles.

El segundo milagro fue más grave, precedido de una amonestación muy severa. Lo había invitado el rey a su palacio, y le ofrece una bandeja llena de monedas de oro para las obras de un convento. Francisco la rechaza cortésmente, con estas palabras:
 “Majestad, tu pueblo vive oprimido, y tus cortesanos impiden que lleguen hasta ti los gritos de tantas desgracias. Acuérdate, Majestad, de que los reyes se tendrán que presentar ante el tribunal de Dios. Dios te ha dado el mando para que procures el bienestar de tus vasallos, no para que los explotes en provecho tuyo. ¿O crees que no existe el juicio para los que mandan? Yo no acepto ese oro que me ofreces, porque tampoco es tuyo. Es el precio injusto de las contribuciones que impones a tus ciudadanos y que desangra  sus venas, lo cual está clamando venganza al cielo. ¿Lo ves?”…
Dichas estas palabras, toma una moneda de oro, la parte en dos como si fuera una galleta, y brotan de ella gruesas gotas de sangre. El rey palidece, tiembla, se arrodilla, y promete administrar sus Estados con más justicia que hasta entonces, sin explotar a los trabajadores.

San Francisco de Paula no es un Santo legendario. Es moderno, y sus hechos están muy comprobados históricamente. En la primera embarcación de Colón cuando el Descubrimiento, Francisco mandó como capellán a su discípulo Fray Bernardo Boyl. ¡Algo le debemos al santo milagrero!…
Bien. ¿A qué viene la relación de esos dos milagros tan severos de Francisco de Paula?… Estamos viviendo unos tiempos extremadamente agitados por la injusticia social que desarrollan las naciones ricas contra las pobres.
El fenómeno de la globalización, que podría traer tanto bien, no está resolviendo la enorme opresión en que viven los pueblos menos favorecidos. Al contrario, la distribución de la riqueza entre naciones ricas y pobres, se acentúa cada vez más peligrosamente.

Hoy ya no es un rey o un presidente aislado el responsable de la opresión en que viven los pobres que son explotados. Es todo el sistema social el responsable de la injusticia, que se puede dar y se da en los pueblos que más se glorían de la democracia. Porque hoy no se llenan de oro las arcas de un solo monarca, sino que se inflan hasta reventar las cuentas de las multinacionales y de algunos gobernantes, mientras que los ciudadanos corrientes viven a veces sin lo necesario para una vida digna.

Hablar así, no resulta una novedad ni es hacer demagogia, porque lo estamos leyendo y oyendo cada día, de modo que ya no extraña nada semejante lenguaje.
La Iglesia tiene su palabra. Porque ella ha gritado siempre contra la injusticia, ya que la injusticia lleva a la guerra, a toda guerra social. El Papa Pablo VI, con aquella su valiente encíclica sobre el Progreso de los Pueblos, acuñó la frase que se ha hecho famosa: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”.

Ahora ya no gritamos contra personas individuales como opresoras del pueblo —aunque se puedan dar y se sigan dando en sistemas democráticos—, sino que miramos a estructuras supranacionales que no deberían subsistir. El mismo Papa Pablo VI lo decía con visión profética en aquel documento inmortal:
– ¡Es necesario darse prisa! Son muchos los hombres que sufren, aumenta la distancia que separa el progreso de unos y el estancamiento y el retroceso de los otros. Existen situaciones cuya injusticia clama al cielo”… “Hay que construir un mundo en el cual toda persona pueda llevar una vida plenamente humana”.

Esas naciones ricas que han creado en las pobres una deuda externa impagable, tendrían que aplicarse, como naciones, lo que el mismo Papa, con palabras de San Ambrosio, decía al rico personalmente: “No es de lo tuyo lo que tú das al pobre: tú no haces sino restituirle lo que le pertenece. Porque tú te apropias lo que Dios ha dado para uso común de todos”.

¿Qué hacemos al hablar así? Sencillamente, crear conciencia.
Para que todos pongamos nuestro pequeño esfuerzo en la consecución de un mundo mejor. Como el Santo de los pescados fritos y de las monedas de oro, que no era ni político ni economista.
¿Para qué mas? Para hacer lo más importante de todo: elevar las manos al cielo a fin de que Dios ilumine, ayude y sostenga a los que trabajan por la justicia, el progreso y la paz. Si hacemos esto, ¿pensamos que hacemos poco por el  mundo? A lo mejor, hacemos más que nadie…

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