Caminos y caminos

4. octubre 2013 | Por | Categoria: Reflexiones

Todos hemos oído la conocida coplilla:
– Por los caminos del mundo — los hombres vienen y van, — y no hay camino que al fin — no venga en Dios a parar.
Cuanto más sencillos los versos, tanto más dan que pensar…

Por parte de Dios, sus caminos son incontables. Dios dirige los acontecimientos del mundo, Dios conoce nuestras tendencias, y, al estar empeñado en llevarnos a la salvación, no hay detalle en la vida que no aproveche Dios para llamarnos y hacernos llegar a Él.
Por parte nuestra, nos basta con abrir los ojos para adivinar la presencia de Dios y lanzarnos en sus brazos, a no ser que uno se empeñe en alejarse expresamente del Dios que le busca.
Pero al fin —y aquí está la profunda verdad de la coplilla— se cae en la mano de Dios, se quiera que no se quiera, lo mismo para estar siempre con Dios que para vivir sin Dios para siempre. La sabiduría verdadera consiste en optar por el camino acertado.

De momento, se puede uno desviar por equivocación o muy deliberada y maliciosamente. El caso es razonar al fin con prudencia. Como le ocurrió a aquel joven oficial, herido gravemente en el campo de batalla. Cuando se le escapaba ya la vida en el hospital de sangre, el capellán, para asistirle como era debido, le pregunta:
– ¿Es católico? ¿Está usted bautizado?
Y el moribundo confiesa:
– Sí; he sido bautizado dos veces. La primera vez, con agua en la Iglesia, siendo niño; la segunda vez, ahora, con esta metralla que llevo dentro, y que me hace oír a Dios, que me llama.
Pero el soldado no murió. Se salvó al fin, y después, católico ejemplar, reconocía: – El cristianismo que Dios me concedió en aquella noche espantosa de la batalla, no me lo arrancará ningún poder de la tierra. El camino recto que emprendí aquel día, lo quiero recorrer hasta el fin.

Dios nos señala el camino, nos tiende la mano, nos agarra la nuestra sin querernos soltar, nos acompaña aunque no le veamos, y todo, para conseguir lo que se ha propuesto: nuestra salvación.
El tema de la salvación se ha convertido en un tópico, no de la Iglesia precisamente, sino de todas las sectas. Todas ellas se apoyan en ella para ganar adeptos. Ya lo contamos una vez, cómo un conocido telepredicador —y cuando todavía vivían sus dos personajes aludidos— dijo fanáticamente: La Madre Teresa de Calcuta y Juan Pablo II no están en el camino de la salvación, pues aún no se han convertido. Muy atrevido era el señor, pero nos confirma en nuestro juicio: el asunto de la salvación, interesa. Y esto es un bien. Todo está en acertar con el camino.

Ya que hemos hablado de un soldado herido, me viene la comparación que leí en un libro algo viejo. La comparación era ésta. Pensemos en todos los males enormes que ha traído la Guerra Mundial: la destrucción de tantas ciudades por bombardeos inhumanos, la desaparición de otras bajo el fuego atómico recién estrenado, los millones de muertos en los campos de batalla, los prisioneros llevados a los campos de exterminio nazis o a los gulacs de la Rusia comunista…
Pensemos en tanto mal. Si estos males sin cuento fueron ocasión para que se salvara una sola persona ante Dios, estaremos dando gracias a Dios siempre por tanto mal que trajo semejante bien…

Como el libro aquel me iba a extrañar un poco, me previnieron cuando me lo prestaron que estaba escrito por un santo… Vamos a decir que sí, aunque la comparación resulte bastante exagerada, por más que me cuesta desmentirla…

Vemos a nuestro lado tantas personas buenas, magníficas, creyentes convencidas, pendientes de Dios, entregadas a su misión familiar y social, que dan envidia cuando se las ve tan fieles a su fe. Son esas personas envidiables, que se han metido con decisión en el camino de Dios, del que tanto habla la Biblia y, empeñadas en no salirse de él, lo recorren con seguridad total.
“Muéstrame, Señor, tus caminos y enséñame tus senderos”, le piden confiadas  a Dios (Salmo 24,4)
“Enséñame el camino que debo seguir, pues a ti he levantado mi corazón”, le repiten  (Salmo 142,8)
“Todos los caminos del Señor son misericordia y verdad para los que lo buscan”, se dicen convencidas. (Salmo 24,10)
Y todas esas personas así de creyentes y confiadas viven en una paz inalterable, porque saben que van siguiendo a Aquel que dijo un día:
“Yo soy el CAMINO, la verdad y la vida” (Juan 14,6). Porque siempre, por la gran bondad de Dios, aparece Jesucristo como salvación nuestra.

En realidad, los hombres escogemos libremente nuestra manera de vivir, nuestro modo de actuar, nuestro camino por el que encontrarnos al fin con Dios. Jesucristo es el guía que se nos ofrece, el líder que nos invita a seguirle por sus sendas, a veces estrechas, pero seguras.
Ante el enorme respeto con que Dios trata nuestra libertad, se acrecienta nuestro sentido de responsabilidad, pues si en Dios está toda la ayuda, en nuestra opción personal está el aceptarla o el dejarla de lado.

Se ha dicho muy bien, que Dios no sólo tiene caminos, sino también atajos. ¿Y cuál es un atajo bueno de verdad? Un santo monje que hace poco fue elevado a los altares, nos lo dice con esta hermosamente:
– Veo que el verdadero camino para ir a Dios es creer en su bondad, y arrojarse después entre sus brazos, sobre su corazón de Padre (Beato Columba Marmión).
No, eso ya no es camino verdadero, eso es el atajo más corto que puede darse…

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