¡Sí! Dios es muy bueno…
28. octubre 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: DiosAgonizaba un sacerdote muy entusiasta. En aquel momento supremo, y como si no pasase nada, un compañero le avisa delicadamente:
– Está bien que tengas confianza. Pero no olvides la teología que has estudiado. Aunque la conciencia no te remuerda, pero el problema de la salvación siempre permanece en pie. ¿No tienes algo de miedo? Los juicios de Dios son muy serios…
El moribundo reflexiona, pero responde con mejor humor que nunca:
– ¿Miedo a morir? ¿Miedo a Dios? ¿Miedo en este momento tan grande, en el que he soñado durante tantos años? ¡No, no tengo ningún miedo a Dios! No temo presentarme ante el tribunal de Jesucristo para ser juzgado. ¿Es que acaso he servido a Buda o a Mahoma durante mi vida? ¿Acaso he militado en el comunismo ateo? ¿No he amado siempre a mi Dios? Y si le he amado, ¿puedo tener miedo?…
Y así, con una confianza semejante, moría quien había vivido sólo para Jesucristo y para Dios.
Cuando leí este hecho, me pregunté con toda convicción: Ese alejamiento de Dios que padecen muchos en nuestros días, ¿no dependerá quizá de que tienen un concepto muy equivocado acerca de lo que es Dios? Si Dios les da miedo, ¿cómo le van a servir con gusto? Si Dios no está más que para exigir cuentas, ¿quién va a vivir tranquilo? Si Dios es sólo rigor y justicia, ¿cómo se va a ganar el amor?
Entonces, me vinieron también ganas de preguntarme: ¿Por qué no mejoramos la imagen que tenemos de Dios? ¿Por qué no lo consideramos como nos reveló Jesucristo, como Padre que nos ama, que nos busca, que nos perdona, que nos quiere junto a Sí? ¿Y por qué no proponemos esta imagen de Dios a los que le tienen miedo?…
Lo único que puede y debe inspirar temor de Dios es la culpa. Pero, ¿no ha sido precisamente Dios quien se ha revelado como gran perdonador?
Si pensamos de Dios lo que debemos pensar, entonces no hay razón para justificar el abandono de Dios por parte de muchos. A todos los que tienen miedo de Dios, nosotros les decimos con las palabras del salmo: ¡Gustad y vez qué bueno es el Señor!… (Salmo 33,9)
Nosotros, por la gracia de Dios, sabemos que Dios bendice siempre, y la bendición de Dios trae toda la felicidad. Porque, al bendecir, Dios no solamente habla, sino que actúa. Mientras bendicen sus labios, sus manos se derraman en gracias sobre nosotros. Y cuando pronuncie por Jesucristo en el último día aquel ¡Venid, benditos de mi Padre!, dará sin más y sin restricción alguna su misma gloria a todos los elegidos (Mateo 25,34 y 41)
Algunos podrán decir: Sí, Dios bendecirá así, pero también maldecirá con ese ¡Malditos, id al fuego eterno!, que hace estremecer. Es cierto, pero esta maldición será para aquellos que han rechazado a Dios voluntariamente y con obstinación hasta el último momento. La responsabilidad total será de ellos, no de un Dios que se ha prodigado en amor y ternura como el Padre más amoroso.
A nuestros hermanos que viven alejados de Dios, porque le tienen miedo, nosotros les presentamos a un Dios que bendice porque ama, y, al amar, también se comunica, da y se nos da del todo. ¿Qué significan, si no, esas palabras del Evangelio: Dios ha amado de tal manera al mundo que le ha dado su propio Hijo? (Juan 3,16). Y nos lo ha dado, no para juzgarnos severamente, sino para que nos salvemos por Jesucristo el Redentor.
Más que nada, a los que se alejan de Dios porque le tienen miedo, nosotros les oponemos un Dios que no sueña sino en comunicarnos su misma felicidad en una vida que no tendrá fin. El bueno de Abraham no pudo alcanzar —como tampoco nosotros lo alcanzamos— el significado de aquellas palabras que le dirigió Dios: Yo mismo voy a ser tu recompensa, una recompensa grande sobre manera. Por eso, seguimos con la misma pregunta: ¿puede dar miedo un Dios que así nos quiere junto a Sí para hacernos inmensamente felices?…
El hombre moderno confía sólo en sí mismo, y de ahí sus fracasos. Hoy les pasa a muchos lo que les ocurrió a aquellos ingleses que hace tres siglos levantaron un faro junto a la costa, y le pusieron esta inscripción: ¡Aullad, vientos! ¡Encréspate, mar! ¡Acometedme los elementos, y probad mis muros!… Al cabo de cuatro años lo derribaba un huracán furioso… Edifican una segunda torre en el mismo lugar, y se decían los constructores: ¡Esta sí que no desaparece! ¡A ésta sí que no la tumba nadie!… Pero al cabo de poco la consumía un incendio… Reflexionan todos sensatamente, y, al edificar una tercera torre, le ponen esta inscripción con palabras del salmo (126,1):
– Si el Señor no fabrica la casa, en vano se fatigan los constructores (En 1669, faro de Cornwallis)
Esta vez atinaron. La torre sigue todavía en pie y es faro para tantos navegantes…
¿No será ésta la historia de tantos alejados de Dios? ¿Se ha puesto como fundamento de su formación la idea clara de Dios? Si confían sólo en el hombre y en la técnica, ¿van a poder subsistir?…
Muchas veces en nuestros mensajes hablamos del ateísmo, de la incredulidad, del abandono de Dios. Y lo hacemos con dolor y con energía. Pero lo queremos hacer también con una comprensión grande. Quizá esos alejados de Dios no son tan responsables como nos imaginamos y decimos nosotros. Porque, ¿se les ha enseñado siempre debidamente quién y cómo es Dios?…
Nosotros, que conocemos a Dios, y que no nos va a dar miedo ni en la hora de la muerte, ¿por qué no les proclamamos a todos que Dios es muy bueno?…