Hombres y mujeres de lucha

22. noviembre 2023 | Por | Categoria: Gracia

Arreciaba la persecución contra la Iglesia en Hungría a principios del siglo diecisiete, y un católico se sentía con miedo. Lo ve un Padre jesuita que estaba a punto de morir por la fe (Beato Melchor Grodecz), y le dirige sus últimas palabras, como un testamento: -¡Animo! A ser también tú un valiente, un soldado fiel de nuestro divino capitán Jesús. Lucha con valor, que tendrás de Dios una condecoración eterna.

¿Sabemos quién es capaz de dar un consejo semejante?… Nada menos que la Iglesia, la campeona de la paz, la que no quiere para nada la guerra en el mundo.
Porque no hay institución o movimiento o ideología en el mundo que quiera la paz como la Iglesia Católica. No hace en esto la Iglesia sino seguir a Jesucristo, cuyo nacimiento fue cantado por los ángeles en  los cielos de Belén como el advenimiento de la paz. Y el apóstol San Pablo, interpretando el mensaje del Evangelio, quiere y pide que se hagan oraciones en las asambleas cristianas para que podamos llevar todos una vida tranquila y en paz (1Timoteo 2,2)

Con todo, apenas la Iglesia se ha hecho como madre de un nuevo hijo, lo primero que hace es armarlo para la lucha. Ya en la antigua Iglesia, el Papa San Melquíades escribía una carta recomendando a los obispos el preparar a los cristianos para el combate, y así les decía hablando de la Confirmación:
– Después del Bautismo somos armados para la pelea.
Porque esto hace la Confirmación: darnos fortaleza para la lucha. La gran amiga de la paz, la Iglesia, se convierte en la primera entrenadora para la guerra.
Cuando se nos habla de Historia antigua, todos hemos oído hablar de la república de Esparta en el mundo griego. Se distinguió por su honestidad, por su austeridad, por su valor. Las madres parecían haber perdido toda su feminidad delante de los hijos, a los que querían guerreros valientes. Al llegar el hijo a su desarrollo juvenil, le entregaban el escudo y le decían estas palabras severas: -O con él o sobre él.
 Con palabras semejantes, amonestaban al hijo:
– Si vas un día a la guerra, habrás de volver con el escudo al brazo como signo de la victoria o reposando muerto sobre el escudo como un ataúd.

La Iglesia es Madre, pero no es tan bárbara como las mujeres espartanas…
Porque la lucha del cristiano es de signo muy diverso, como nos dice San Pablo: – Nuestra lucha no es contra adversarios de carne y sangre, sino contra los que dominan este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal, es decir, contra Satanás y sus huestes, contra el mundo malo enemigo de Jesucristo (Ef. 6,12)
Claro está que, conforme a esta palabras del apóstol, la lucha del cristiano no se libra con espadas, pistolas o ametralladoras, sino con algo muy diferente. Jesucristo entabló lucha despiadada contra Satanás. Y los dos contrincantes, Satanás y Jesucristo, siguen en lucha feroz, librada por los seguidores del uno y del otro bando.
El cristiano lucha contra el mundo opuesto a Jesucristo. Y necesita valor, decisión, estrategia, constancia, y ayuda también. Por eso la Iglesia, como Madre, lo arma y lo entrena con la Confirmación.
El cristiano entonces se convierte en un valiente de verdad. En la Iglesia tenemos ejemplos incontables de valor sobrehumano. Los héroes cristianos han luchado con elegancia sin igual defendiendo su fe y el honor de Jesucristo.
Aquel Obispo y Cardenal, por mantenerse fiel al Papa y no secundar al rey apóstata Enrique VIII, recibe la sentencia de muerte con serenidad imperturbable. Sale de la cárcel de Londres, y apoyado en su bastón por razón de la enfermedad, camina despacio y con dificultad. Pero nada más ve el patíbulo, arroja el bastón lejos, y les dice a sus pies;
– ¡Venga, pies míos, a cumplir vuestro oficio! ¡Caminad deprisa, que ya os queda poco que andar!… (Cardenal Roffense)

La lucha que hoy libra el cristiano por su fe y su fidelidad a Jesucristo es en verdad muy fuerte, muy fatigosa, muy indecisa a veces. Porque no se trata en nuestra sociedad de una lucha precisamente sangrienta, sino al contrario, de una lucha blanda, dulce, cariñosa…, porque el enemigo es la comodidad, la sensualidad, la vida agradable y fácil. Y se necesita mucha más valentía para luchar contra un enemigo blando que contra uno fuerte. Cualquier hombre, cualquier mujer, ante el enemigo que repugna, se crece, se agiganta; ante el enemigo que agrada, se acomoda y se rinde…
Consciente la Iglesia de esta situación del cristiano en el mundo moderno, ha revalorizado el Sacramento de la Confirmación, que los jóvenes, bien preparados, lo reciben hoy con entusiasmo y convicción.

Teresa del Niño Jesús, la de los muchos encantos, fue una luchadora formidable, aunque escondidos todos sus combates bajo unas apariencias infantiles, candorosas, que muchos no han sabido valorar.
La niña, tan avispara y tan prevenida por la gracia, intuyó desde el principio la vida que le esperaba, y recibió la Confirmación, y la vivió después, con una fe sorprendente, como nos cuenta ella misma:
– Me preparé con grande esmero a recibir la visita del Espíritu Santo. ¡Qué feliz se sentía mi alma! Igual que los apóstoles, esperaba yo con alegría la visita del Consolador prometido; me alegraba la idea de ser en breve una perfecta cristiana, y de llevar eternamente grabada en la frente la cruz misteriosa de este sacramento inefable. Recibí aquel día la fortaleza para padecer, fortaleza que me era muy necesaria, pues bien pronto iba a comenzar el martirio de mi vida.

Jesucristo, el Príncipe de la Paz, y su Iglesia, la promotora de la paz en el mundo, quieren al cristiano un luchador.
Todo, por culpa del maldito Satanás, que ha planteado a Jesucristo y a su Iglesia una lucha sin cuartel.
La lucha, entonces, puede costar; pero nadie negará que es una gloria combatir por la fe, por la propia salvación, bajo el mando del divino Capitán, y para orgullo de una Madre como es la Iglesia…

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