Contra el odio, el amor

9. diciembre 2020 | Por | Categoria: Dios

Muchas veces repetimos con gran sentimiento esa petición de San Francisco de Asís: Donde haya odio, ponga yo amor. Nos referimos, naturalmente, a los hombres nuestros hermanos. Queremos la paz entre todos, y por eso queremos ser sembradores de paz, para hacernos acreedores a la bienaventuranza de Jesús: ¡Dichosos los sembradores de paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios!

Muy bien. Pero sería curioso preguntar ahora: ¿podemos hacer esta petición refiriéndola a Dios? Si pensando en Dios, decimos: Donde haya odio, ponga yo el amor, ¿se nos ocurre imaginar que podemos poner amor entre Dios y alguien que le odia? Pues, por extraño que parezca, esta es la verdad. Le queremos pedir ahora a Dios que pongamos amor a El, a Dios, allí donde hay odio a Dios.

Porque la malicia del hombre ha llegado al extremo de cometer un pecado que sólo parecía tener cabida en Satanás. Los demonios son los desgraciados que no aman, que no pueden amar, que no tienen más que un odio profundo e inimaginable a Dios.

Nuestra civilización ha llegado al extremo de consentir asambleas e iglesias dedicadas a Satanás, con culto dirigido a Satanás en oposición directa a Dios, y de celebrar en ellas misas satánicas, con ritos inspirados en el infierno. ¿Es posible todo esto?… Es posible. Es cierto. Hoy se ha llegado mucho más allá que en tiempos pasados…

Hacia el final ya del siglo diecinueve, se celebró en Roma —precisamente en Roma, como la última burla a Cristo y su Iglesia— una asamblea en honor de una mujer revolucionaria. Un orador pronunció un vibrante discurso en honor de Lucifer, jefe de los espíritus rebeldes y símbolo de los revolucionarios, y en medio de su alocución lanzó un estentóreo ¡Viva Satanás!, coreado por cinco mil voces: ¡Ha muerto Dios, viva Satanás!… Parece que Dios no hizo mucho caso de la profecía, porque en Roma sigue viviendo Dios, y desde Roma, como desde ninguna otra parte, se difunde a todo el mundo la luz y el amor de Jesucristo…

Pues, bien. Si en el mundo hay personas que odian a Dios, ¿no vamos a ser nosotros los que, amando cada vez más a Dios, nos opongamos con tenacidad al odio que algunos tienen a Dios? Donde hay odio, nosotros vamos a poner amor.
Queremos hacer como Jesús: no aguantaba el fuego que llevaba dentro, y tenía prisas incontenibles por prender en el mundo entero el amor a Dios su Padre. Así también, nosotros sentimos muy viva y aceptamos la proclama de uno de los líderes más grandes que ha tenido la Iglesia, Ignacio de Loyola, el cual decía a los suyos: ¡Id, e incendiad el mundo!

Odiar a Dios es un pecado satánico; sólo el demonio puede inspirar semejante sentimiento en los hombres.
Si no se cree en Dios, ¿por qué se le odia? Nadie odia a una quimera, a algo que no existe. Es ser demasiado tontos para odiar a un Dios que no existe, y entre los adoradores de Satanás —que odian a Dios— nadie quiere pasar por tonto…
Si se cree en Dios, ¿por qué se odia a un Ser infinitamente grande y todo bondad? Es ser demasiado tontos para odiar a un Dios poderoso que existe, porque es caer en manos de una justicia infinita que castiga muy duramente para vengar su amor ofendido. Satanás lo sabe muy bien.

En resumidas cuentas: el odio a Dios en el hombre es un misterio de iniquidad que no entenderemos nunca. Aunque sabemos —y es la única explicación que entendemos bien— que a Dios solamente lo odian aquellos a quienes Dios estorba en su vida: al no poder compaginar a Dios con sus planes de ambición y de placer, optan por hacer a Dios la guerra, nacida de un resentimiento profundo.

No entendemos ese misterio, pero vemos que actúa en el mundo. Es el anticristo, que inició sus actividades tenebrosas desde el principio de la Iglesia, como nos dice Pablo en su carta segunda a los de Tesalónica: El misterio de la iniquidad está ya actuando (2Tesalonicenses 2,7), aunque no se rebelará plenamente hasta el final.

Esta actividad de Satanás no es algo teórico, es decir, no se queda en razones ni en simple propaganda. Satanás busca aliados, y por ellos esparce el error, difunde la inmoralidad, persigue a la Iglesia de Cristo. Satanás, todo él odio a Dios, mete en sus aliados el odio al mismo Dios, sustituyendo en los corazones el amor por el odio más perverso.

El odio o el amor son la raíz de todo nuestro actuar. Si amamos, hacemos y promovemos el bien. Si odiamos, hacemos y promovemos el mal. Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia, le escribía al rey de Francia: Sabes que sin la raíz del amor el árbol de tu alma no da frutos, porque mientras se encuentra en el odio, no puede atraer a sí el agua de la gracia.

Con el primer mandamiento de Dios: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu ser. nosotros nos sentimos felices, humildemente orgullosos y agradecidos por ese amor, derramado por el Espíritu Santo en nuestros corazones.

Y queremos hacer algo por el Dios a quien tanto amamos. Queremos poner amor a Dios allí donde hay indiferencia y donde se va perdiendo la fe. Queremos mantener el amor a Dios en nuestras familias. Lo queremos difundir entre nuestras amistades y entre todos los que nos rodean. Fieles a nuestro lema: Dios todo en todos, con el amor de Dios tenemos bastante…

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