¿A quién vamos a mirar?…

6. diciembre 2013 | Por | Categoria: Reflexiones

Al abrir un día el periódico a primera hora, como siempre, nos pudimos desayunar con una noticia que valía por muchos platos exquisitos. Se refería al mundo del negocio en Estados Unidos, y traía un titular como éste: Se está dando una verdadera explosión de espiritualidad. Después, especificaba:  Da la impresión de que Dios está en auge de popularidad. Están volviendo a la Iglesia los hombres de los negocios, y no sólo pobres trabajadores o inmigrantes mexicanos en peligro de expulsión.

Puestos a buscar la razón de este fenómeno, se la han dado pronta y precisa: la recesión económica, después de dos décadas tan ricas, está haciendo abrir los ojos. El dinero no lo es todo en la vida. Hay valores muy superiores. Y empresas cristianas y no cristianas, pero todas de creyentes, están mirando a Dios.

Por ejemplo, la revista del empresario norteamericano se preguntó: -¿Cuánto hay que pagar a los dependientes, cómo afrontar los despidos, cómo tratar a los inmigrantes clandestinos, cómo tratar a las madres negras solteras, sabiendo que todos éstos son los modernos pobres de la Biblia? (Fortune)
Una cadena de negocios lleva esto así a la práctica: recluta trabajadores desocupados y perdidos por las calles, y los beneficios de la empresa van a parar a la fundación de la misma empresa para los pobres.
Otro caso. Contra la costumbre de tantas empresas del 24×7 —es decir, trabajo las 24 horas los 7 días de la semana—, otro empresario se ha obstinado, y lo hace, en dejar libre totalmente el domingo para que los trabajadores puedan acudir a los servicios religiosos.
Y un dato muy significativo: en ese año primero del milenio, la venta de la Biblia y de libros espirituales alcanzó la cifra record de dos mil doscientos cuarenta millones de dólares (La Repubblica, Roma, 20 – VIII – 2001)

Esto es realmente esperanzador. Abunda el mal, pero el Espíritu Santo no se deja fácilmente dominar. Todos esos datos —aunque sean de un solo país, pero es el que lleva la hegemonía del mundo—―indican que la simiente está sepultada en el surco y el fermento metido en la masa. Hay que dejarlos que vayan haciendo la suya; al final habrá una gran cosecha, y podremos comer rico pan…

Todos tenemos conciencia de los males morales que afligen al mundo. La fe que se apaga en muchas conciencias… Los avances de la técnica, que se aprovechan para ir contra lo más sagrado que existe, como es la vida… La moral familiar, cada vez más en quiebra… El materialismo que lleva a un disfrute irracional de la vida… La injusticia reinante, opresora de los más débiles… La paz de los pueblos, pendiente de un hilo muy delgado… La destrucción de la Naturaleza, causada por el hombre a quien Dios le encomendó su cuidado… Todo esto lo vemos, nos preocupa, nos inspira temores.

Pero no por eso perdemos la esperanza. La Iglesia —todos nosotros, que somos la Iglesia―—contamos con Jesucristo, que se pone en nuestras manos para que lo llevemos al mundo. Nuestro lema y nuestra táctica son siempre los mismos: Anunciar a Jesucristo, hoy. Al hombre de hoy. A la sociedad de hoy.

Mientras la brújula del mundo está alborotada, y no sabemos qué rumbo marca a la nave, nosotros tenemos muy fijo el Norte, sin equivocación posible:  ¡Jesucristo! ¡Mirar a Jesucristo! ¡Inspirarse en Jesucristo! ¡Obedecer a Jesucristo! Si su nombre es “El Salvador”, Jesucristo no puede contradecirse, y tiene que cumplir su misión de salvarnos a todos.

Jesucristo, Salvador del mundo, debe ser hecho visisble por nosotros. Nuestro testimonio puede desarmar a los opositores más tenaces del Reino de Dios.

Podríamos ser como aquel niño mexicano durante la persecución de Calles. No tiene más que diez años, ha hecho la Primera Comunión, es encontrado en la calle por los soldados que le intiman a que se quite esa insignia que lleva en el pecho. ¡No quiero!, responde el muchachín. Siendo tan pequeño el chico, no se atreven a más los soldados callistas, y lo llevan ante el General.
– ¿Por qué te han traído aquí?
– Porque llevo este distintivo, y no me lo quiero quitar.
– ¿Y qué significa ese medallón?
– Es la insignia de nuestra Cruzada Eucarística.
– ¿Y tú, qué eres?
El chiquillo se quita la gorra, y contesta: -¡Yo soy católico, apostólico y romano!
El General, sectario pero noblote, se vuelve a la guardia: -¡Bravo por este muchacho! Déjenlo libre, pero me lo quitan de enfrente.

El día en que el mundo cuente con cristianos así: que hablan de Jesucristo, y que dan testimonio de Jesucristo con valentía, ese día el mundo dará pasos muy avanzados hacia Jesucristo, porque se dará cuenta de que es verdad lo que le predicamos, confesado por nuestras propias vidas. Y una vez más, entonces, se le habrá dado razón a la frase famosa del Papa Pablo VI, repetida hoy tantas veces: El mundo moderno escucha mejor a los testigos que a los maestros.

Nadie niega que la historia del mundo se encuentra en un momento crucial, de grandes interrogantes, pero también de enormes esperanzas. Y el negocio de la cristianización del mundo es de más envergadura que el de las grandes empresas de las naciones más ricas. En oportunidad tan grandiosa, nos ha tocado a nosotros ser los actores de este cambio histórico, y no unos espectadores pasivos.

Jesucristo nos necesita, y le decimos que sí: que estamos a disposición suya, para vivirlo, para darlo a conocer, para testimoniarlo. Los resultados, corren por cuenta del mismo Jesucristo…

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