Presentación del Señor (A)
31. enero 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Charla DominicalCelebramos hoy en la Iglesia una fiesta muy antigua y muy popular: la Presentación del Señor en el Templo, la de las Candelas o Candelaria, como se la llama en muchas partes, fiesta que tiene una raigambre bíblica muy fuerte.
Cuando el ángel exterminador mató a todos los primogénitos de los egipcios, se libraron los primogénitos de los israelitas, porque vio los dinteles de sus casas untadas con la sangre del cordero pascual. En memoria de este hecho, Dios mandaba que el hijo primogénito varón, a los cuarenta días de nacido, fuera presentado al Señor en su templo y se le rescatara con un sacrificio y la ofrenda de unas monedas.
María y José, fieles observantes de la ley, suben de Belén a Jerusalén para cumplir este rito legal y sagrado.
Mezclados entre tantas otras parejas, hay sin embargo algunos que los saben distinguir. El Espíritu Santo le está diciendo muy adentro de su conciencia a un anciano, Simeón:
– ¡Míralo, míralo! Ese niñito que ves en manos de esa mamá, ése es aquel de quien te dije que lo ibas a ver antes de que te alcanzara la muerte…
Simeón no duda. Se acerca con emoción a la feliz mamá, le toma el niño de los brazos, lo alza al cielo, y salta en alabanzas con los ojos arrasados en lágrimas:
– ¡Ahora, Señor, ahora puedes mandar a tu siervo irse en paz! ¡Has cumplido tu palabra! Porque mis ojos están viendo tu salvación, la que has preparado para todos los pueblos. ¡Este niño será la luz de las gentes y la gloria de Israel!
María y José están admirados. Aunque no se extrañan. Este anciano venerable venía a confirmar lo que ellos ya sabían. Empiezan a entender aquellas palabras que les había dicho el ángel a una y al otro cuando les anunció la misteriosa concepción de Jesús.
Pero estas palabras gozosas van a convertirse para María, y ahora mismo, en una preocupación seria, porque oye a este hombre de Dios, mientras le clava una mirada profunda:
– Este niño ha sido puesto en Israel como bandera de contradicción: será ruina para unos y resurrección para otros. Y una espada de dolor profunda traspasará tu propia alma.
María, alma tan fina y sensible, madre tan atenta a todo, se da cuenta de que la presentación de su Hijo no ha sido un simple rito legal. Dios acepta desde ahora un verdadero sacrificio.
Pero Ella no se tira para atrás. Desde ahora va a tener la mirada clavada en la lejanía… Se va diciendo a sí misma en lo íntimo del corazón: -¿Qué sucederá?… Y se contesta, como una oración: -¡Lo que Tú quieras, Dios mío!… En el Calvario lo entenderá todo, en ese Calvario cuya ascensión misteriosa empieza para Ella en estos momentos…
Sigue otro momento de admiración.
El Espíritu Santo abre también los ojos de una ancianita llamada Ana, con sus más de ochenta años bien pasados, que no se apartaba del Templo día y noche. Reconoce la condición del niño, y empieza a hablar al numeroso grupo que se ha ido formando alrededor de Simeón:
– ¡Este es! ¡Este es el que todos esperamos! La liberación de Jerusalén, la salvación de Israel, está ya muy cerca…
José y María se regresan a su casa, en Belén de momento, después a Nazaret. Se van con grandes emociones dentro de sus almas. Han ofrecido el niño al Señor, y el Señor se lo devuelve para que, como padres, lo formen en orden a su misión de Salvador. ¡Y qué bien que lo van a hacer! Lucas acaba este relato de la Presentación contándonos el resultado de la formación que María y José dan a Jesús:
– El niño crecía y se robustecía, lleno de sabiduría, y en él estaba y resplandecía la gracia de Dios.
Este hecho del Evangelio, como podemos apreciar a simple vista, está lleno de misterios y de significados profundos. Lo podemos aplicar muy fácilmente a nuestra vida cristiana.
Fieles a la ley de Dios, como María y José. Hoy nos rebelamos contra todo lo que sea sujeción. En nuestro afán de autonomía, no queremos reconocer ninguna autoridad sobre nosotros. Lo peor es que llevamos esta nuestra rebeldía hasta el terreno divino. Ir al templo el domingo, para ofrecer a Dios la semana con la Misa, significa para muchos un acto obediencia insostenible: -¿Por qué se me tiene que mandar?… La sumisión humilde de María y de José, y la del mismo Jesús en sus padres, es un toque de alerta para el orgullo innato que se lleva dentro…
En medio de la confusión de ideas que hoy nos meten en la cabeza, ¡cómo se despejan las dudas al oír proclamar que Jesús es la luz de los pueblos! Sólo quien se inspira en la doctrina de Jesús tiene bien clara la mente y sabe juzgar con rectitud en todas esas cuestiones de fe y de moral sobre las que desbarran tantos y tantos…
Al ver a un anciano como Simeón suspirar por el Salvador prometido, nosotros nos damos cuenta de la suerte que tenemos al conocer a Jesús, su vida y su misterio, y de tenerlo no ya en nuestros brazos, sino tan adentro de nosotros, sobre todo cuando lo recibimos en comunión por la Eucaristía…
Mirando a María, que acepta la profecía terrible de la espada, se aprende a decir también como nuestra Madre, con generosidad creciente: -¡Señor, lo que quieras, y como Tú quieras!…
El Evangelio es vida. No es sólo una historia edificante sobre el Señor. Y cuando aprendemos a trasladarlo así a nuestra propia existencia, entonces es cuando somos de verdad cristianos.
Porque sabemos las cosas de Jesucristo y las vivimos como las vivió Él mientras estuvo entre nosotros…