¿Valen las preocupaciones?
25. abril 2014 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesNos encontramos en el hospital con un Médico muy sagaz y prudente anta la cama del enfermo. El obrero se había caído del andamio, se había fracturado una pierna, veía que iba a tardar mucho tiempo en volver al trabajo, y las esposa y los niños necesitaban el dinero imperiosamente.
En esta situación, el paciente le pregunta al Médico que le visita:
-Dígamelo, Doctor: ¿cuánto tiempo tendré que guardar cama?
Y el Médico, rápido: -Hoy, un solo día.
Entonces el enfermo, con naturalidad y resignación: -Sí, ya lo veo. El porvenir pertenece sólo a Dios.
Acabó el Doctor: -Muy bien dicho. Es usted un hombre de fe. Dios se la conserve. Le envidio.
Aquí tenemos una estampa admirable de dos cosas muy importantes: la sensatez del Doctor y la fe del trabajador accidentado. Una y otra resultan una lección formidable.
La vida es como es, no como nos gustaría que fuera. Por lo mismo, aceptarla con tranquilidad, y no querer arreglar lo que no se podrá arreglar, porque nos desespera inútilmente. Se hace lo que se puede, y nada más… Era la posición magnífica del Doctor.
La vida, la de ayer, la de hoy y la de mañana, está en la mano de Dios. ¿Por qué no agarrarse a esta mano, sin soltarla nunca, sabiendo que Dios nos conduce por el mejor camino, aunque nosotros tiraríamos por otra senda?… Era la posición irrebatible del paciente.
Sería salirnos de la realidad de la vida si dijéramos que no tenemos ni vamos a tener preocupaciones. Mientras exista el bien y el mal, mientras queramos cosas buenas y temamos cosas malas, la preocupación se apoderará de nuestro espíritu. Porque nos preguntaremos siempre: -¿Cómo podré conseguir eso que tanto me gusta, eso por lo que suspiro tanto?… ¿Cómo me libraré de este mal que me atenaza, como evitaré eso que tanto temo?… Las situaciones preocupantes las vivimos en todo momento.
El que estudia: ¿Y cómo me irá en los exámenes?…
El que trabaja: ¿Y si pierdo el puesto?…
El ama de casa: ¿Y si mi marido no mejora el sueldo?…
El campesino: ¿Y si no llueve?…
El accionista que tiene millones, y que parece el tipo más seguro: ¿Y si bajan las acciones?…
El matrimonio más feliz: ¡Qué bien nos ha ido todo hasta ahora! Pero si el hijo sigue así… Como esta hija se vaya por allá…
Total: no hay situación humana que no engendre una preocupación, que no suscite una pregunta angustiosa. Porque se siente el dolor presente; porque se teme perder el bien que se tiene en las manos…
Jesucristo sabía esto muy bien, y, más sensato que nadie, no tuvo la ocurrencia de decir: -¿Por qué preocuparse? Eso es una tontería. Eso es de débiles. Eso es cobardes. Eso no está más que en la imaginación de los tontos… ¿Iba a hablar Jesús así?… No podía hacerlo. Aparte de destrozar corazones, se hubiera llevado el reproche de todos: -Entonces, ¿cómo solucionas tú nuestros problemas?…
Por eso Jesús, tan realista, tan comprensivo, tan bueno, con una sola palabra nos dio la gran solución, al vernos afanados por las cosas de la vida: -No andéis angustiados… porque vuestro Padre celestial está al tanto de todas vuestras necesidades (Mateo 6,25)
En esta palabra “angustiados” está la clave de todo. Buscamos, trabajamos, nos empeñamos…, porque es nuestro deber. Pero sabemos hacerlo con paz. Porque después, todo queda en las manos de Aquel que nos ama y nos cuida más que a los pájaros del cielo y las flores de los campos…
Eran tiempos revolucionarios, y la famosa residencia universitaria de los Padres Jesuitas parecía ser el primer objetivo de los revoltosos. Proclamas por la ciudad, tiros, asaltos… Y a todo esto, el edificio no tenía ninguna defensa segura ante un posible asalto. Un Padre joven, muy tímido de suyo, camina sin embargo despreocupado del todo. Y le preguntan: -¿Es que usted no tiene miedo? -¿Yo, miedo? ¿Por qué? Cuento con una seguridad muy grande. Mi mayor y más fuerte esperanza es el Hermano que tenemos en la portería. Un santo como él puede más que un batallón de soldados con cañones… Aquel Hermano tan humilde y tan querido está hoy en los altares, el Beato Francisco Gárate.
No era mala, ciertamente, la razón que el Padre daba de su seguridad: un santo tiene una fuerza enorme ante Dios, porque su oración se vuelve casi omnipotente. Pero la razón principal de una persona de fe estriba en la misma santidad y bondad de Dios. Por eso se dice con toda seguridad y convicción: -¿Cómo el Dios Santo va a permitir el triunfo del mal, causado por el primer pecado? ¿Cómo Dios, el que es todo Amor, nos puede abandonar a nuestra suerte y no va a darnos todo bien?
La vida trae problemas, cierto. Pero la persona sensata y de fe actúa siempre de la misma manera, y muy recta por cierto: Estudia el problema, busca soluciones, trabaja con denuedo, y después… dice con la tranquilidad mayor: -Señor, yo he hecho ya lo que me tocaba a mí. Ahora, Tú que me amas, mira a ver cómo te las arreglas con el asunto. Si no lo arreglan tus manos, ¿qué otras manos lo pueden arreglar?…
¿Hemos examinado lo que significa la palabra preocupación? Pues, esto: ocuparse de una cosa antes de que suceda. Algo que, por lo visto, no le gustaba a Jesús. Porque nos dijo a todos: -¿Para qué estar inquietos por el mañana? Dejen a cada día su propio afán (Mateo 6, 34)
¿No vale entonces lo del Doctor al enfermo? -¿Cama? Solamente hoy. Y la respuesta del paciente: -Sí, Señor. Hoy, estoy aquí. ¿Y mañana?… No lo sé. Sólo sé una cosa: que Tú me amas.