El Papa nos echa el guante

2. mayo 2014 | Por | Categoria: Reflexiones

¡Qué apuesta la que un día se hizo en una escuela de niñas en Italia!… La maestra era muy buena cristiana, y se le ocurre decir a las niñas: -A ver, ¿quién quiere ser santa? Todas levantan la mano, y responden a coro: -¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!…
Las chiquillas, en su imaginación, todas se veían ya con su imagen en una repisa de la iglesia. Y prosigue la maestra: -¿Todas dicen que sí?…
Las pequeñas, cada vez más entusiasmadas: -¡Síiii!…
Pero ahora la maestra ya no tuvo un triunfo tan rápido:
– Bueno, ¿y quién quiere ser la primera santa?…
Todas las niñas se rebullen, y nadie contesta. La maestra entonces, para no perder del todo la apuesta, les propone:
– Bien, como todas quieren ser santas, pero nadie quiere ser la primera, ¿les parece que echemos suertes a ver quién tiene que ser la valiente?
Aceptado, se saca la boleta temida, y un nombre coreado a gritos:
– ¡Bartolomea, Bartolomea!…
Lo bonito resultó que la niña de once años tomó la cosa en serio:  
– ¿Y si Dos me quiere santa?… ¡Virgen Santísima, ayúdame! Yo quiero ser santa, una gran santa.
El caso es que la muchachita creció sin retractar su ideal. Murió joven: a los 26 años. Hoy está en los altares: Santa Bartolomea Capitanio. Y como por experiencia supo lo que era el formar bien a las niñas, como mujeres y como cristianas, antes de morir fundó una Congregación para la educación de la niñez: la Congregación llamada popularmente de “María Niña”…

¿Habremos de decir ahora —y no es la primera vez que comentamos esto en nuestros mensajes— que esta pregunta de la maestra de escuela es la misma que el valiente Papa Juan Pablo II hizo, aunque de manera distinta, a los Jóvenes de la grandiosa Jornada Mundial de la Juventud en el Año del Jubileo? El Papa les decía con aquel su indomable vigor: -¡No temáis ser los santos de Tercer Milenio! Esperaremos los avatares de la Historia, pero seguro que el día de mañana se sabrá de muchachos y muchachas que recogieron el guante del Papa…

Aunque hay más. En aquella carta apostólica que todos vimos por la televisión cómo la firmaba el Papa al acabar el Jubileo, nos lanzaba la apuesta a todos los católicos: -¡A ser santos los que tenemos la dicha de iniciar el Tercer Milenio, que habrá de distinguirse por la santidad de los cristianos!

Estas llamadas modernas a la santidad, en un mundo que se aleja de Dios, no son más que la continuación de la llamada primera que hizo Jesucristo allá en la falda del monte, cuando dijo a todos sus seguidores de todos los siglos por venir:
– ¡Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto! (Mateo 5,48)

Y el mundo las acoge hoy como acogió aquella de los labios mismos de Jesús. El Judaísmo de los fariseos, Grecia la sabia y el Imperio Romano habían caído en una degradación lamentable. Y, sin embargo, la santidad subió a alturas inconmensurables… Antes de cuatro siglos, y en medio de la corrupción universal, vemos una lista impresionante de santos gigantes, que empieza por los Apóstoles, Pedro, Pablo, Juan…; sigue por los Mártires como Ignacio de Antioquía, Lorenzo, Cecilia e Inés; y acaba con figuras de leyenda, como Antonio Abad, Atanasio y Juan Crisóstomo, Ambrosio, Agustín y Mónica…
La palabra de Jesús no cayó en vano. Ni habrá caído en vano la palabra de su Vicario.

Afortunadamente para nosotros, en la Iglesia se ha redescubierto el camino de la santidad. No es que se hubiera perdido, ni mucho menos. Pero, por esas cosas de la historia, el reconocimiento de la santidad parecía reservado a las tiaras de los Obispos, a las sotanas de los Curas y a los hábitos de las monjas. Esto sucedía porque nadie se preocupaba de la glorificación de los santos laicos, aunque hubiera muchísimos, como en todas las épocas de la Iglesia.

Hoy, vemos cómo cambian las cosas. Se está subiendo al honor de los altares a hombres y mujeres laicos; esposos y esposas que no salieron de su hogar; jóvenes y muchachas que han vivido un amor inmaculado; obreros rudos de las minas o del puerto; profesionales, políticos y militares pundonorosos; niños y niñas encantadores…
Son más de mil las Causas de Beatificación y Canonización que está tramitando actualmente la Santa Sede para que un día el Papa, en nombre de Jesucristo, declare Santos a tantos hermanos y hermanas nuestros de toda edad y condición, y que constituyen la gloria mayor de la Iglesia.

Lo más bello de esto es que nadie queda excluido de la llamada. El guante del Papa lo puede recoger cualquiera. Es cierto que en el mundo moderno, en la sociedad del bienestar, reinan la pereza, la molicie, la comodidad… Pero también es cierto que el Espíritu Santo suscita la generosidad a montones. Como en tiempo de los Apóstoles.
Un historiador de Pablo nos da este cuadro de cómo se entrenaban los atletas para las Olimpíadas:
– Durante diez meses un reglamento minucioso y tiránico fijaba al candid    ato las horas y la duración de sus ejercicios, de sus comidas, de su sueño. El atleta dormía sobre un lecho durísimo para no dejarse vencer por la molicie; y debía acostumbrarse al hambre, a la sed, al frío y al calor, al sol y al polvo, a las fatigas y a las inclemencias del tiempo.

Pablo sabía todo esto, y retaba a los de Corinto: -¡Ellos lo hacen para ganar una corona de laurel que se marchita; nosotros, para conquistar la corona que dura para siempre… (1Corintios 9,25)

La chiquilla de la escuela tuvo una valentía que nos deja pasmados. Y con lenguaje infantil, nos dice a todos: -Lo que a mí me dijo la maestra, a vosotros os lo dice el Papa. Os lo dice Jesús. ¿Quiénes son los que responden ¡Sí!, como yo lo respondí un día?… 

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