Contra odio, un amor apasionado

25. julio 2014 | Por | Categoria: Reflexiones

Charlaba yo un día con un Padre jesuita amigo, y me dijo en tono muy familiar: -Oye, tú que hablas bastante por radio, podrías decir alguna vez lo malos de verdad que son los malos cuando se les mete en el cuerpo el odio a Dios.
Le repliqué con extrañeza: -No entiendo a dónde va, Padre. Y él, recordándome Padres de la Compañía de Jesús, me añadió: -¿Sabes a quiénes nos mataron los rojos? Te voy a decir solamente tres nombres.

Uno, el Padre Braulio Martínez. Un tipo muy valiente. Había sido soldado en aquellas guerras civiles de finales de siglo, y al llegar la revolución del 1906, decía: -¡Yo no me quito la sotana! ¡Yo muero con la sotana de la Compañía puesta! Era el sacerdote incansable en el confesonario, de modo que todos podían acudir a él en busca de consuelo. Sobre todo ―y es esto lo principal que ahora me interesa― era el padre de los pobres de Tarragona, el amigo de todos los presos de la cárcel. Pues al Padre Braulio escogieron expresamente para liquidarlo, y de los primeros.
Uno de los asesinos no sabía de quién se trataba, y después gritaba desesperado: -¿Al Padre Braulio? ¿Al Padre Braulio hemos matado? ¿Al hombre más bueno que había en la ciudad, al que era la ayuda de todos los pobres?…

Otro, ¡pásmate!, el Padre Bori, Capellán y servidor de los leprosos de Fontilles. ¿Sabes lo que es consagrar toda la vida a un leprosario?… ¿Y un sacerdote que se daba a los seres más desdichados que había en toda Valencia tenía que morir asesinado como un criminal?…

Y te pongo un tercero. Creo que sería difícil encontrar en la revolucionaria Asturias un hombre que trabajase por los obreros como el Padre Nemesio González, el que durante treinta años había sido el amparo indefectible de todos los pobres de Gijón. Pues bien, el Padre Nemesio cayó bajo las balas en nombre del pueblo trabajador….

No quise interrumpir al Padre mientras me hablaba de una manera casi apasionada, como lo requería el tema. Pero, al final le dije: -Estoy acorde con usted, Padre. Matar a los que más hacían por el pueblo, es algo que no se explica. ¿No podría explicarme usted la sinrazón de semejante hecho?
Ahora el Padre tomaba la actitud desapasionada del profesor, que discurre y habla fríamente:
– Has dicho bien: la “sinrazón”; porque “razón” no existe ninguna. Te lo explicarás todo con tal que entiendas sólo esto: el odio a Dios.

Con esta idea en la mente, yo me puse a discurrir por cuenta mía. ¿Es posible odiar a Dios? ¿Hay alguien que pueda odiar a Dios fuera de Satanás? ¿No es éste un pecado exclusivo del infierno?…
Al verme pensativo el Padre, prosiguió:
No te extrañes. Hoy no culpamos a Rusia por el comunismo marxista, como no culpamos tampoco a Alemania por el nazismo. El pueblo ruso se mantuvo creyente, como se había mantenido firme el pueblo alemán. De hecho, ¡mira cuántos mártires de una y otra persecución, la nazi alemana y la comunista rusa, ha reconocido la Iglesia, como una gloria de esos dos pueblos tan grande!  Hablamos del comunismo materialista y ateo, que daba órdenes al mundo para borrar del todo el nombre y hasta la idea de Dios. Y los que mataron a esos hermanos míos jesuitas eran revolucionarios que obedecían órdenes de fuera.

Vi que el Padre me hablaba de la persecución religiosa de España en 1936, y así es que le pedí una ampliación de lo que me estaba diciendo. Por eso me añadió, como buen conocedor del asunto:
Te cuento un caso nada más, ocurrido en una ciudad que conozco muy bien. Se lanzan los rojos sobre la iglesia catedral para incendiarla, reduciendo a nada las famosas pinturas de Sert, y le dicen a un sacerdote a quien no reconocieron porque iba ya vestido de civil: ¿Sabes por qué destruimos toda esta superstición? Pues porque tenemos normas muy concretas, aprendidas en el corazón del comunismo libertario.
Allí se nos ha enseñado a odiar a Cristo, al que hemos declarado una guerra sin cuartel. Destruimos todas las cruces, matamos a todos los curas, y acabaremos con la religión, que se opone a la libertad humana.

¿Quieren ustedes que siga con la conversación aquella del Padre?… Podría hacerlo, porque la tengo grabada profundamente en la memoria. Pero, lo voy a dejar para acabar con los pensamientos que me suscitó él mismo en semejante charla familiar, de tú a tú, como si fuera un alumno de sus clases.

Nosotros hemos oído hablar siempre del amor de Dios y del amor a Dios. Porque Él nos ama y nosotros le queremos amar. Oír hablar del Primer Mandamiento de la Ley de Dios resulta para nosotros la cosa más natural; lo cual nos llena de felicidad, como un avance ya de lo que esperamos para el más allá, donde no tendremos más oficio que amar y ser amados, y esto por toda una eternidad, como dice aquella canción juvenil…

Nosotros amamos a Dios con todas sus consecuencias.
Por eso rezamos, para que su nombre, su recuerdo y su amor no se borren de la mente y del corazón ni un solo día, sino que permanezcan vivos continuamente.
Por eso también, trabajamos en la Iglesia y con toda la Iglesia, para que el Reino de Dios se mantenga y se dilate en el mundo, quitándole palmo a palmo su dominio a Satanás, sembrador del odio a Dios que aún pudiera subsistir en algunos hombres.
Contra la bandera negra y chamuscada del odio de Dios, nosotros levantamos la bandera blanca del amor a Dios, encendida en el beso de la Cruz…
 

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