¡No hay manera!…
1. septiembre 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: DiosUna escritora mexicana nos cuenta de manera casi patética su lucha continua con Dios, lucha en que Dios se sale siempre con la suya…, a pesar del respeto que tiene a nuestra libertad. Nos dice la escritora (Emma Godoy):
– Hubo momento en mi vida en que deseé que Dios no existiera. Estudié filosofía cuidando de elegir a profesores no creyentes. ¿Quería dudar? ¡Bah, no lo logré! Contra mi designio, Dios se me hizo entonces más evidente. Le ataco, y me vence. Huyo, y me atrapa. Me busca, porque yo no lo busco. Lo traiciono, y deja que me enrede, hasta que caigo de rodillas. Me escondo en la tiniebla, y me ilumina. Está en todas partes. ¿Por qué habrá algunos que no ven?…
Con verdadero realismo nos describe la escritora lo que les pasa a muchos en nuestros días. Avanzando la sociedad a grandes pasos hacia la secularización en los países del primer mundo, su influencia nefasta se deja sentir hasta en nuestras tierras benditas. ¿Huiremos por eso nosotros de Dios? ¡No! Ni lo queremos, ni, así lo esperamos, Dios lo permitirá.
Un personaje muy conocido (y que renegó de Dios antes de morir —¡pobre, pobre de veras!— lo reconocía con amargura:
– La pérdida de la fe va unida al renegar de la fe de la Iglesia. Uno se ve como atrapado por una potente máquina, que le va triturando con sus ruedas y poderosos martillos, en medio de un ruido ensordecedor. Este sentimiento de desamparo es realmente horroroso (Straus)
Esas experiencias tan tristes no las queremos en nuestras tierras cristianas y católicas. Porque somos muy felices con la fe de nuestro Bautismo.
En la Biblia tenemos magníficamente expresada, bajo el simbolismo del agua, la diferencia que hay entre buscar a Dios y el alejarse de Dios.
El pueblo que se aleja de Dios, ¿a dónde va a apagar su sed? A pozos y cisternas de agua estancada, verdosa y corrompida, llena de malezas, entre las que anidan animalejos repugnantes, insectos dañinos, y culebras venenosas… Beber de esa agua es tragarse la enfermedad y la muerte (Jeremías 2,13)
Por el contrario, el pueblo que busca a Dios, ¿hacia dónde se dirige para saciar su sed? Siempre al agua viva, al agua pura de manantial, a esa agua de la que Jesús habló a la Samaritana: -El que beba del agua que yo le daré no tendrá más sed en adelante (J. 4,13-14)
Y añadirá después a los fariseos: -El que tenga sed que venga a mí y beba. Pues le aseguro que de lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva (Juan 7,37-38). Agua prefigurada ya por aquella que Moisés hizo brotar de la roca dura y que sació la sed del pueblo sediento (Números 20)
Hoy, la Virgen nos ha recordado esa agua bíblica con un nuevo prodigio, manifiesto a todos, cuando manda a Bernardita, la vidente de Lourdes, que escarbe un poco en tierra a los pies de la gruta, y aparece un agua que lleva más de siglo y medio manando sin cesar y curando a enfermos innumerables.
De la imagen bíblica del agua pasamos a la realidad humana y cristiana.
Dios sacia la sed de amor, de belleza, de verdad, de hermosura, de felicidad que anida en todo corazón.
Y porque quiere ese bien inmenso para nosotros, busca hasta cansar a aquel a quien ha elegido.
Afortunadamente, antes de que nosotros busquemos a Dios, es Dios quien busca, sin dejarle parar, a la persona a quien quiere llenar del agua de su fe y de su gracia.
Le pasa a la tal persona lo que a aquel protestante francés de la ciudad de Lyon. Es un caso muy curioso. Era un hombre bueno de verdad.
Quería convertirse a la fe católica, pero no había modo de que diera el paso. Huía de todo lo que, por otra parte, más le atraía, especialmente del Señor presente en la Eucaristía. Caminaba un día por la calle, y ve que viene detrás el sacerdote, acompañado por dos monaguillos con velas, que lleva el Santísimo por Viático a un enfermo…
Se adelanta, y tuerce por la esquina para no encontrarse con el Señor. Pero el sacerdote, tuerce también por esa misma esquina. ¡Primer chasco!…
Entra en una casa disimuladamente porque la ve abierta, y el sacerdote que entra también en ella con el Santísimo. ¡Este chasco es peor!…
Sube escaleras arriba, y entra en el apartamento que tiene la entrada de par en par. Allí, una familia que rodea el lecho del moribundo, en espera del sacerdote que le traiga el Santo Viático… ¡Aquello sí que era jugar al escondite de Dios que persigue y el alma que se esconde!…
La partida, naturalmente, la ganó Dios. Allí mismo, entre lágrimas, caía de rodillas el atrapado ante la Hostia Santa, repitiendo las palabras de Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!… Aceptado el dogma que más le costaba admitir, el ingreso en la Iglesia Católica le resultó lo más fácil y le traía la abundancia de la paz…
Ya que las tengo a mano, traigo aquí unas palabras del Obispo de la radio y la televisión en Estados Unidos; que dice muy sabiamente:
– Los dos grandes dramas de la existencia humana son la caza de Dios por el alma y la caza del alma por Dios. El primer drama, cuando el alma va detrás de Dios, es fácil. Pero cuando Dios va detrás del alma, lo hace de manera implacable, y no la deja descansar hasta haberse apoderado de ella, a no ser que ella se haya querido escapar de Dios definitivamente (Mons. Fulton Sheen)
Hace muchos siglos que San Agustín nos dictó la norma más prudente:
– Nadie obra bien al huir de Dios, a no ser huyendo a Dios: huyendo de su severidad para esconderse en su bondad.
“Cerca de Ti, mi Dios, quiero vivir”, dice la canción tan bella. ¡Feliz quien lleva esta vida de Dios entrañada en su ser!… Porque oye cómo Dios le responde: -¡Cerca, no; sino dentro, muy dentro de mí vivirás por siempre!…