¡Hay que ver qué mirada!…
6. octubre 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: DiosCuando se nos hablaba de Dios, ya desde que éramos niños, una de las cosas que más nos impresionaban era que Dios nos veía siempre, que no podíamos escaparnos nunca de su mirada, pues sus ojos estaban clavados en nosotros quisiéramos que no. Un conocido escritor dice a este propósito: -“Mira que te mira Dios, mira que te está mirando”: he aquí un dicho popular que encierra más filosofía práctica que cuanto se haya escrito para gobierno del mundo en libros y periódicos (Sardá y Salvany)
Los grandes maestros del espíritu, ya en los tiempos antiguos, tenían esta manera de enseñar.
Como lo hizo con verdadera maestría el anacoreta San Pambo. En su peregrinación por los santos lugares, llega la devota Melania hasta la ermita casi inaccesible en el monte, y le entrega al monje penitente una bolsa con monedas de plata que pesaban trescientas libras: -Tenga, siervo de Dios. Para sus pobres.
Una cantidad muy respetable, pero el austero monje ni se levanta para recibirlas. Responde muy cortésmente con un “¡Gracias, Dios se lo pague!”, y llama sin más a uno de sus discípulos: -Toma esto, y repártelo entre los hermanos de Libia, que son más pobres que nosotros.
La donante Melania, un poco sorprendida: -Pero, siervo de Dios, ¿sabe que eso que le he entregado son trescientas libras de plata?…
Y Pambo, sin dejar de trabajar mientras hablaba: -Sí; ya lo he oído. Aquel Dios a quien has hecho el obsequio no necesita balanzas para pesar ni medir. Al Dios que ha medido los montes, le costará mucho menos medir el peso de esta plata. Si me hubieses regalado el bolso a mí, harías bien en avisarme. Pero si se lo diste a Dios, que tuvo en cuenta hasta las dos moneditas de la viuda, mejor es que guardes silencio.
Esta era la pedagogía que empleaban aquellos gigantes de la santidad para formar en la presencia de Dios a las almas que acudían a ellos: Dios te mira, Dios te ve, Dios tiene en cuenta todo lo que haces, no te preocupes de nada más, sino de caminar rectamente en su presencia como Abraham, que escuchó de Dios: -Camina siempre delante de mí, y serás perfecto (Génesis 17,1)
Al tomar la Biblia, nos encontramos con una cantidad tal de textos sobre esta mirada del Dios que nos sigue en todos nuestros pasos, que no sabemos cuál escoger de tantos que son y de tan sugestivos todos.
Dios se nos muestra como el Soberano que está al tanto de todo, atento a nuestras necesidades: -El Señor ve lo que ocurre en toda la tierra para sostener a los que le son fieles (2Crónicas 16,9)
Al necio que se imagina poder esconderse, le previene: -No digas: Yo me esconderé de Dios, ¿y quién pensará en mí desde allá arriba? Nadie me conocerá en medio de tan gran muchedumbre, porque, ¿qué es mi persona entre tanta infinidad de criaturas? Ante un pensamiento tan imprudente, le responde el autor sagrado: -Mira, el cielo y los cielos altísimos, el profundo del mar, la tierra toda, y cuanto en ellos se contiene, se estremecen y tiemblan cuando Dios los visita; los montes y los cimientos de la tierra se llenan de terror cuando él los mira. Pero el hombre no reflexiona sobre esto, y piensa que nadie conoce su conducta (Eclesiástico 17-20). Y el preciso salmo, que se dirige a Dios: -Las tinieblas no son oscuras para ti, y la noche es clara como el día: oscuridad y claridad son para ti una misma cosa (Salmo 138, 12)
A propósito de esto, hay un dicho oriental muy expresivo: -En la negra noche, sobre un mármol negro, una hormiga negra: ¡y, sin embargo, Dios la ve!…
Esta verdad de la presencia de Dios en todas partes, propuesta por la Biblia a las personas mayores, la captan quizá como nadie los niños, a los que se les hace un gran bien cuando se les enseña. Y son capaces de realizar acciones bellísimas al quedar penetrados de esta mirada amorosa de Dios.
Por ejemplo, aquella niña, que ante la próxima Navidad le pregunta a la mamá, después de lo que ha oído en el catecismo: -Mama, ¿es cierto que Dios lo ve todo? -Claro que sí, mi hijita. Dios lo ve todo, todo. -¡Ay, qué lástima! -¿Por qué, linda? -Porque yo quería hacer un vestido para los pobres, y dar así una sorpresita a mi Dios…
Y lo del otro niño —vamos a llamarlo Julio— fue más serio. Hay un revuelo en la clase, y la maestra le reprende gravemente al culpable: -Julio, castigado con suspenso en este día. El niño se rebela: -¡Señorita, yo no he sido! Y la maestra: -¿Aún lo quiere negar? ¡Doble castigo!… Salen los niños a recreo, Julio se queda en el aula, se clava delante del Crucifijo que preside la clase, lo mira fijamente, y le dice rebosante de honradez: -¡Tú sabes que no he sido yo!… La maestra se conmueve: -Perdóname, Julito, por no haberte hecho caso antes.
Los niños son quienes aprenden más fácilmente esta lección sobre la mirada de Dios. Como tienen los ojos más limpios y al no tenerle a Dios ningún miedo, cruzan con mucha naturalidad su mirada con la de Dios, el cual se les revela más fácilmente.
El famoso convertido y santo cardenal Newman, le decía con cariño a Dios:
-¡Qué penetrantes son esos tus ojos! Me atraviesan. No hay nada oculto ante ellos. Tú cuentas todos los cabellos de mi cabeza. Tú conoces todos mis alientos. Ves cada bocado que tomo. Esos tus ojos, ¡cuán puros son! Son tan claros que puedo mirar en sus profundidades como en agua trasparente, sin llegar nunca al fondo. Porque Tú eres infinito. Esos tus ojos, ¡son tan amables, tan suaves, tan amorosos! Perecen decirme: “¡Ven a mí!…
¿Por qué hay tantos que temen a Dios, y no se atreven a fijar en Él los ojos, con lo fácil que es cambiar el signo de su mirada?… Todo es cuestión de estar a buenas con Él. Y cuando Dios mira, ¡es tan buena, es tan amorosa, es tan dulce la mirada de sus ojos divinos!…