Los milagros de siempre

31. enero 2022 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

Necesitamos un poco de imaginación para figurarnos lo que era el Templo de Jerusalén en los tiempos de Jesús y de los Apóstoles. No debemos compararlo con una de nuestras iglesias.
Delante del santuario, donde estaba también el santísimo, lugar reservado para el Sumo Sacerdote en el Día de la Expiación, lo demás de que nos hablan los Evangelios eran unas enormes explanadas, rodeadas de suntuosos pórticos, divididos para hombres, mujeres, gentiles, y público en general. Estaban siempre atestados de gente.

Hoy nos vamos a meter en él por la puerta llamada Hermosa, en el costado oriental. Acompañamos a dos de los apóstoles, Pedro y Juan, que se dirigen a él para la oración de las tres de la tarde.
Gente, mucha gente. Y tendido junto a la puerta, un paralítico de nacimiento. Estos dos hombres que ahora entran en el templo le inspiran al pordiosero cierta confianza, le parecen buenos, les extiende como puede la mano y, mirándolos lastimosamente, les dice:
– ¡Ayúdenme con una limosna, por favor!
– Si no llevamos nada…
– Algo tendrán… ¡Ayúdenme!…
Pedro siente un impulso interior, que le empuja: ¡actúa!… Clava los ojos en el enfermo, y le dice:
– ¡Míranos!… Yo no tengo ni oro ni plata. Pero tengo otra cosa…
El paralítico se muestra incrédulo, y piensa:
– ¿Cómo no van a llevar éstos nada? ¿y qué será eso otro que éste me quiere dar?…
Sigue mirando con ansia a Pedro, que prosigue:
– No; yo no llevo dinero. Pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo, el Nazareno, ¡levántate y echa a andar!
Le tiende la mano, y lo alza. El paralítico siente como una corriente eléctrica por todo el cuerpo. Se levanta de un brinco, y se lanza entre la gente gritando como un loco:
– ¡Estoy curado! ¡Estoy curado!… ¡Esos dos hombres de allí me han levantado! ¡Aleluya! ¡Alabad al Señor!…

La gente, que lo ha visto desde años tumbado en la misma camilla pidiendo limosna, no sale de su asombro. Estupefactos, rodean a los dos apóstoles, y Pedro les arenga, feliz por el testimonio que les puede dar de Jesús:
– Pero, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿Pensáis que lo hemos hecho por nuestra cuenta, o qué? No es nuestra fuerza ni nuestra propia compasión la que hace caminar a este hombre. ¡Es la fe en el nombre de Jesús, el crucificado por vosotros y resucitado por Dios, quien ha dado a este hombre la salud perfecta a la vista de todos vosotros!… (Hechos 3,1-26)

Esta declaración de Pedro resulta fantástica. No hay interrupción entre los milagros que Jesús hacía en vida mortal y éstos que se realizan ahora. ¡Harto lo entendieron los jefes de los judíos! Ante el hecho que tenían ante la vista, se limitaban a decir:
– El milagro es evidente.
Y Pedro aseguraba que había sido hecho en el Nombre de Jesús, es decir, en la Persona de Jesús.
O sea, que el milagro lo hizo el mismo Jesús. Así ayer, y así hoy también.
¿Quién realiza los milagros de Lourdes o de Fátima?… Jesús, y sólo Jesús el Resucitado.
¿Quién realiza los milagros que el Papa exige, como una firma de Dios, para declarar a una persona santo o santa, dignos de los altares?… Jesús, y sólo Jesús el Resucitado.

Pero, al hablar de milagros, siempre pensamos en curaciones físicas. Miramos el cuerpo, lo visible, y nunca tendemos la mirada a lo invisible.
¿Quién realiza esos otros milagros morales mucho mayores, y de los cuales solemos hacer muy poco caso?
Es un milagro grande la resignación cristiana de los enfermos.
Es un milagro grande la castidad valiente de muchos jóvenes estupendos.
Es un milagro grande la entrega heroica de misioneros y misioneras en los puestos más difíciles.
Es un milagro grande la aceptación serena de la muerte, a veces violenta.
Es un milagro grande la fidelidad de tantos cristianos que son esclavos de su conciencia en el cumplimiento callado de su deber.
¿Quién realiza todos estos milagros? Jesús, y sólo Jesús el Resucitado.
¿Quién realiza el mayor milagro de todos, como es la conversión del pecador, que rechaza la culpa y se abraza con la Gracia de Dios, derramada en su corazón por el Espíritu Santo?…
Ese milagro lo realiza Jesús, y sólo Jesús el Resucitado, el que murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra santificación (Romanos 4,25)

Hoy el mundo necesita milagros para creer.
Pero el gran milagro es nuestra vida cristiana.
Éste es el milagro que cada uno hace a la faz del mundo.
Es un milagro realizado en el Nombre de Jesús.
Porque es Jesús el Resucitado, vivo dentro de nosotros, quien sigue obrando maravillas. ¿Le dejamos actuar como Él quiere, para que todos crean cuando nos ven?…

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