¡Levántate, y come!
11. mayo 2018 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Narraciones BíblicasEn una página de la Biblia podemos descubrir un reproche de Dios, a la vez que una invitación suya muy amorosa para nosotros, los hombres y mujeres católicos de hoy. Dios nos grita como a Elías:
– ¡Venga, levántate, y come!. ¿No te das cuenta de que no tienes fuerzas para caminar, y todo porque no te alimentas bien?… No digas que no puedes y que no tienes para comprar, porque te lo doy todo gratis. Te sigo repitiendo con palabras de mi profeta Isaías: Comprad y comed, sin dinero y sin cambio alguno, rico pan y leche sustanciosa… (Isaías 55,1)
Así podría Dios hablarnos hoy, porque somos muchos los que nos hallamos tantas veces en la situación del profeta Elías: cansados del camino y sin poder seguir adelante.
Conocemos aquel hecho singular del valiente profeta. Había mandado degollar a los cuatrocientos profetas del falso dios Baal, y la mujer del rey, la impía Jezabel, le pasó un mensaje terrible:
– ¡Te juro por todos los dioses, y que ellos me castiguen fuerte si no lo hago: que mañana a estas horas tú estarás muerto a espada, como aquellos que tú degollaste!
Elías tiembla, y huye lejos de aquella mujer perversa. Camina y camina, hasta llegar al sur de Palestina. Se tumba rendido a descansar bajo un árbol, y se duerme profundamente. Un ángel de Dios le remueve, mientras le invita:
– ¡Levántate y come, pues te queda mucho camino por recorrer!
Allí al lado le tenía Dios preparado un pan caliente y una vasija de agua. El prófugo come, bebe, y se tumba de nuevo a dormir. Pero, por segunda vez el ángel:
– ¡Arriba! ¡A comer y a beber más, pues te queda mucho camino que andar!
Elías obedece. Come y bebe lo que Dios le tenía preparado, sin que él lo hubiese comprado en ninguna parte, y, refocilado con aquel pan y aquella bebida misteriosos, llega, sin detenerse en días y días de caminar, hasta el monte Oreb, el monte de Dios… (1Reyes 19,1-8)
Pocas imágenes bíblicas como ésta nos darán idea de lo que es para nosotros la Eucaristía, el alimento que Dios nos ha preparado a sus hijos, para que lleguemos sin desfallecer hasta el monte de Dios, hasta el mismo Dios en su gloria.
El enemigo, desde un principio en el paraíso, nos invitó a comer un fruto prohibido que nos trajo la muerte…
Después, engañará en el desierto a los israelitas para que se rebelen contra Dios, por culpa de la comida que les manda, el maná, un alimento sin sustancia, como decían ellos.
Más tarde, siempre con el pretexto de la comida, el demonio querrá tentar a Cristo y nos tentará a nosotros, para que comamos las delicias del mundo en vez de las que Dios nos da.
El caso será engañarnos, y el diablo nos ofrecerá alimentos que serán veneno, y no precisamente comida que nos traiga salud y vida vigorosa.
Hasta que viene Jesús, y nos dice:
– Tomad, comed, porque esto es mi Cuerpo. Tomad, bebed, porque esta es mi sangre… Los israelitas, aunque comieron el maná en el desierto, murieron todos. Los que comáis esta mi carne, que yo os doy en forma de pan, y bebáis esta mi sangre, que yo os brindo en forma de vino, llegaréis hasta Dios, a través del desierto de este mundo. No caeréis rendidos por el cansancio en el camino. Y no moriréis para siempre, porque yo os resucitaré en el último día.
Nos cansamos, pero no podemos decir con Elías: Prefiero la muerte, porque ya no puedo más.
Nos halaga y nos quiere engañar el Maligno, pero sabemos no hacerle caso. Porque su pan encierra veneno y muerte, mientras que el Pan de Cristo esconde fuerza y sabe a todo deleite.
Sólo Jesucristo, que se nos da en alimento de nuestras almas, es el único que no nos engaña.
Sólo Jesucristo nos da gratis el Pan de la Vida y el Vino de la Salvación.
Sólo Jesucristo, con su Pan y su Vino, es quien nos da fuerzas para seguir siempre adelante.
Sólo Jesucristo nos lleva hasta el final, rebosantes de salud, con el Pan más nutritivo y la bebida más deliciosa.
Entendemos muy bien el cantar, y le repetimos a Jesucristo:
No podemos caminar
con hambre bajo el sol.
Danos siempre el mismo pan:
tu Cuerpo y Sangre, Señor.
El hambre en el mundo hace a los hombres clamar siempre por ¡pan, pan, pan!… Y quien dice pan dice arroz, y frijoles y maíz…, y carne y huevos y pescado y lo más nutritivo que se halle. Es un grito que nos conmueve, porque tenemos sensibilidad social y queremos que el hambre desaparezca del mundo. Pero no olvidamos el hambre de los espíritus, y queremos que a todos llegue el Pan del Cielo: primero el conocimiento y la fe en Jesucristo, y después, abrazada en plenitud la fe, el Pan de la Eucaristía, que los cristianos nos comemos en la Sagrada Comunión.
¡Señor Jesucristo! Nosotros te comemos en el Sacramento, como Tú nos mandaste! Haz que todos te conozcan y te acepten, para que gusten y sepan qué rico y qué fuerte es el Pan que Tú nos das…