El gran enfado de Jesús

25. mayo 2018 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

Podríamos lanzar sin más una pregunta, que de buenas a primeras pillaría a todos de sorpresa, les extrañaría y a la cual no sabrían contestar. La pregunta sería:

– ¿Cuándo nos presenta el Evangelio a Jesús enojado de verdad?
Muchos responderían convencidos:
– ¡Nunca! Porque Jesús era la bondad personificada.
Los que así contestasen indicarían que conocen poco a Jesús. Otros nos dirían a la primera:
– Cuando tomó el látigo, y a porrazo limpio echó fuera a los mercaderes del Templo.
Estos, ya dirían la verdad, pero se quedarían cortos. Y otros añadirían:
– Con los escribas y fariseos, cuando los llenó de vergüenza al llamarlos ¡hipócritas! ¡raza de víboras! ¡sepulcros blanqueados!…
Éstos, ya atinarían mucho más. Pero ninguno diría toda la verdad hasta que añadiera:
– ¡Y en la escena de los niños!

– ¿Cómo?, podemos preguntar ahora. ¿Cuándo los niños? ¡Si no hay en todo el Evangelio una escena de más ternura!
Sin embargo, así fue. No hemos sabido leer esto en el Evangelio tal como nos lo cuenta Marcos.
Jesús predicaba a la gente. Todos le escuchaban embobados. No se querían perder una palabra del Maestro. Pero entre los oyentes había mujeres un poco benditas que, más que en la doctrina de Jesús, no pensaban sino en sus niños, los cuales cumplían a perfección su oficio de jugar, enredar y molestar… Las mamás, en vez de corregirlos, se los presentan a Jesús para que los acaricie:
– Maestro, bendice a mi niño… Maestro, dale un besito a mi hijita… Maestro…
Los discípulos no aguantan más:
– ¡Dejen al Maestro en paz! ¡Y dejen en paz también a los mayores, que no pueden escuchar nada con este griterío de los chiquillos!…
Es Jesús quien ahora no se aguanta, y regaña fuerte a los discípulos, a los que dice bien enojado:
– ¡Dejad que los niños vengan a mí! ¡Y mucho cuidado con impedírselo! Porque el reino de Dios es de los niños. Y los mayores no entrarán en el reino de Dios si no saben acogerlo como un niño.
Jesús se calma. Y, pasando de las palabras a la acción, toma a los pequeños en sus brazos, los acaricia, les impone las manos en sus cabecitas, y los devuelve a sus felices mamás.

No hay en todo el Evangelio una escena más tierna que la de Jesús abrazando a los niños. Y no era la primera vez que lo hacía. Nos cuenta el mismo Marcos que hacía poco les había preguntado a los discípulos:
– ¿De qué discutíais por el camino?
Ellos se callaron prudentes, porque iban altercando sobre quién de todos sería el mayor. Jesús toma entonces un niño, lo pone en medio, lo abraza cariñoso, y les dice:
– ¿Veis? El que quiera ser el primero, que se haga el último, como este niño. Y sabed que quien acoge a un niño como éste, me acoge a mí, acoge al mismo Dios.
Jesús pasa después a la amenaza más terrible de todo el Evangelio:
– ¡Y desgraciado del que escandaliza a uno de estos pequeños! Más le valdría que le ataran al cuello una de esas ruedas de molino que mueven los asnos y lo echaran al fondo del mar…

¿Habíamos pensado alguna vez en estos enfados de Jesús?… Enfados promovidos no por los escribas y fariseos hipócritas ni por los negociantes en la casa de Dios, sino por los que apartan de Jesús a los niños y por los que les arrebatan la inocencia de sus almas (Marcos 10,13-16; 9,33-37; 9,42)
Sobran todos nuestros comentarios. Y hacen estremecer las amenazas divinas que se ciernen sobre tantos que en nuestros días se dedican a esto: a echar a perder intencionadamente a los niños. ¿Se dan cuenta de lo que hacen?…

Aunque haya organismos internacionales que levantan airados su voz contra abusos intolerables, los gobiernos se sienten impotentes ante organizaciones mafiosas que trafican con la niñez. La prostitución infantil es un hecho constatado.
Apenas apareció el Internet, se puso a disposición de los niños la pornografía corruptora.
Al niño se le arranca hasta la fe en Dios, porque se le niega expresamente la instrucción moral y religiosa.
Todo esto son hechos reales que cada día contemplan nuestros ojos.

Pero, en vez de mirar hacia las ruedas de molino que debe tener dispuestas Dios, miremos hacia la otra parte, la que nos debe tener reservada a nosotros, porque le ofrecemos nuestros niños para que amen a Jesús y Él los acaricie y los bendiga.
Instruir al niño en la fe es la obra más meritoria.
Enseñarle a ser amiguito de Jesús es asegurar su inocencia.
Acostumbrarlo a rezar es darle ya desde ahora la salvación.

¡Jesús, el amigo de los niños! Vamos a poner un valladar entre el mundo y tus amiguitos, para que nadie los asalte, para que ellos no se puedan escapar de entre tus brazos…

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