Los hizo varón y mujer

1. junio 2018 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

La Biblia empieza por la obra grandiosa de la creación, relatada con una descripción popular, nada científica, pero que resulta una página genial. Desde niños nos la sabemos de memoria.

Acabada toda la hechura del mundo, faltaba el rey de la creación. Y Dios se entretiene en modelar aquella estatua de barro, a la cual pudo decirle ¡Habla!, mientras le inspiraba el soplo de la vida. Esbelto, inteligente, Adán ve pasar ante sí todos los animales que Dios había creado. Desfilan emparejados, y, acabada la revista, se pasea de nuevo por el jardín. Esta vez va pensativo:
– Todos los animales de dos en dos, y yo, solo. Yo, un poco aburrido. Insatisfecho. Me falta algo…
Dios espía estas reacciones, y al fin se dice:
– Efectivamente, no está bien que el hombre esté solo. Voy a darle una compañera semejante a él.
Y le infunde aquel sopor profundo, durante el cual ve Adán cómo Dios le mete la mano en el pecho, le saca una costilla, recubre el vacío con carne, y a esa costilla, sacada de lado mismo del corazón, la hace crecer en un momento, despierta de su letargo a Adán, y se la presenta con satisfacción divina:
– ¡Mírala! ¿Te gusta?…
Adán sonríe. Dirige a ese nuevo ser una mirada profunda, profunda, y exclama gozoso:
– ¡Esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos!… ¡Eva!… Tú serás la madre de todos los vivientes…

La descripción de la Biblia no será muy científica si queremos. Los naturalistas dirán cosas muy diferentes. Pero Dios, que no habla con lenguaje académico ni de laboratorio, se ha demostrado un pedagogo excepcional.
Nadie nos diría cosas tan bellas y profundas sobre nuestro origen como lo ha dicho Dios.

El hombre, desde el principio, tenía el dominio sobre todas las cosas materiales. Todo se lo había sujetado Dios bajo sus pies. En nuestros días, el hombre ha sojuzgado ya a la luna, y escruta, con mirada cada vez más profunda, los abismos insondables del cosmos. Goza de todas las cosas, porque Dios se las da. Y hasta le manda que las domine, las perfeccione, y la sujete todas al servicio del hombre.
Sin embargo, nada de eso llenará afectivamente su ser. Podrá el hombre dominar y poseer toda la creación material, y, sin embargo, se sentirá siempre insatisfecho. Era necesario encontrar desde el principio en las cosas lo que las cosas no le podían dar, como es el amor.

Dios entonces hace al hombre varón y mujer. Y tanto el uno como la otra sienten una necesidad inmensa de comunicación. Hasta que se den a otro ser semejante a sí mismos, no encontrarán la satisfacción de sus deseos más íntimos. Sólo la comunión en diálogo abierto y fecundo colmará sus ansias insaciables de felicidad.
Cuando se quiere profundizar sobre la realidad del matrimonio, hay que acudir necesariamente a esta primera página de la Biblia. Porque ella nos muestra la naturaleza íntima de la unión conyugal proyectada, querida, establecida y bendecida por Dios desde un principio. El mismo Jesús lo hizo así.

En esta relación del Génesis vemos, ante todo, que no hay ningún lazo para unir a dos personas como el matrimonio. Ni los propios padres. Después del amor a Dios, el amor a los padres será la primera ley.
Sin embargo, llegará un momento en que se habrá de dejar padre y madre, se abandonará la casa, y habrá que irse con la mujer o con el marido, para formar una familia nueva. Y con una unión tan profunda, que de los dos cuerpos y de las dos almas no se hará más que un solo ser. Ya no son dos, sino una sola persona, comentará vigorosamente el mismo Jesús. (Marcos 10,7)

De aquí sacará el Señor la consecuencia más grave: Lo que Dios ha unido, ya no lo puede separar el hombre. El divorcio será un invento de los hombres. Ante Dios, no existirá nunca.
¿Sería amor una entrega calculada? Como si se dijera: Por un tiempo…, mientras nos vaya bien…, si no salen dificultades…
¿Sería amor una entrega forzada? Como si se dijera: Porque nos obliga la ley…, porque no habrá más remedio…, porque los hijos aún nos necesitan…
¿Sería amor una entrega sin compromiso? Como si se dijera: Podemos guardar nuestra libertad…, no se meterá uno en la vida del otro.. O que los hijos digan: Papá y mamá también tienen sus derechos…

Todas estas suposiciones, condiciones y proyectos matan el amor matrimonial en su misma raíz. Ni hay tan siquiera amor cuando así se piensa y así se calculan las cosas.
Porque el amor es radical. El amor es celoso. El amor es perpetuo. El amor no conoce más que dos extremos: o todo o nada…

¡Dios ha hecho las cosas tan bien y tan bellas!…
Jesús tomará el matrimonio como signo de su amor y su desposorio con la Iglesia. Jesucristo ama a su Iglesia con amor apasionado. Por la mente de Jesús no pasará nunca la idea de coquetear con otra esposa que no sea su Iglesia. A su Iglesia le permanece siempre fiel. Jesucristo se da continuamente a su Iglesia, hablándole al corazón con su Palabra amorosa y santificándola con los Sacramentos. A su Iglesia la hará, en la consumación final, totalmente feliz.
Y Jesucristo entonces, al mostrarse así con su Iglesia, les dice a los esposos: ¿Veis cómo soy yo con mi Iglesia? ¿Por qué no sois vosotros lo mismo entre los dos?…
Matrimonio…, ¡qué misterio tan grande eres!

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