Una madre sin igual
2. noviembre 2018 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Narraciones BíblicasUna página bella en verdad de la Biblia es la del martirio de los siete hermanos macabeos junto con su madre, aquella mujer fenomenal, calificada por la misma Palabra de Dios como Mujer admirable y digna de gloriosa memoria.
Efectivamente, al ver que el rey Antíoco quería hacer apostatar a sus hijos, forzándolos a quebrantar la ley emanada de Dios por Moisés, haciéndoles comer carne prohibida de cerdo, les dijo valiente, uniendo la fuerza del varón con la ternura de mujer, y animándoles a morir:
– Hijos míos, Dios os devolverá misericordiosamente la vida, ya que por sus santas leyes la despreciáis.
El rey escucha furioso las palabras del hermano mayor:
– No sacarás nada de nosotros, pues estamos prontos para morir antes que quebrantar nuestras sagradas leyes patrias.
– ¿Qué no sacaré nada? Verdugos, preparad las ollas y las sartenes hirviendo. Desolladle la cabeza a ese atrevido, cortadle pies y manos ante su madre y hermanos, y arrojadlo a la sartén para freírlo vivo.
Horrible. La misma Biblia dice que el olor que emanaba de la sartén, al freír aquella carne viva, se extendía por todas partes, como la máxima advertencia a las otras víctimas que esperaban su turno. Pero la madre y los hermanos se animaban mutuamente a morir con fe y con decisión sobrehumana:
– Dios lo ve todo, y tendrá piedad de nosotros. ¡Adelante!
El rey cree tener la victoria en la mano, y pregunta al segundo:
– Tú comerás, ¿verdad? Ya ves lo que ha sacado tu hermano por no comer.
– Rey, ¡yo no como!
El mismo suplicio horrible para este segundo, e igual para el tercero, que grita:
– ¡Criminal! Tú me quitas la vida presente, pero otro rey más fuerte que tú, el Rey del universo nos resucitará a una vida inmortal a los que morimos por su ley.
A punto de morir el cuarto, tiene que oír el rey Antíoco:
– Los que mueren a mano de los hombres tienen la dicha de poder esperar en la resurrección. Pero para ti, rey perverso, para ti no habrá resurrección.
El quinto le dijo más aún:
– No creas que nuestra raza ha sido abandonada por Dios. Quien la va a pagar eres tú. Espera un poco y verás cómo su gran poder viene para castigarte a ti y a tus descendientes.
Palabras que refuerza el sexto de los hermanos:
– No te pienses, oh rey, que tú vas a quedar sin castigo. Verás lo que te espera, por haberte atrevido a luchar contra Dios.
Derrotado por los seis, piensa que va a poder fácilmente con el pequeño, a quien trata con mimos:
– Ven, querido, no temas. Yo te juro que te voy a hacer rico y feliz. Serás mi amigo, ocuparás un alto cargo, gozarás de todo. Únicamente, deja esas tontas leyes de tu patria y de tu Dios.
El rey busca aliarse con la madre:
– Tú, mujer, hazme caso y salva a este único hijo que te queda. Convéncelo, que los dos vais a salvar la vida y ser felices.
Y tanto le insistió el rey, que la madre, hablándole al oído, le daba consejos y más consejos al hijo en su lengua materna, sin que Antíoco, el rey extranjero la entendiese:
– Hijo mío, sé digno de tus hermanos y no temas a ese verdugo. Acepta la muerte, para que yo te recobre con vida en el día de la misericordia del Señor. ¡No cedas!
Y el muchacho, a los verdugos, mientras el rey sonreía complacido porque al fin creía haber ganado:
– ¿Qué esperáis? ¡No obedezco la órdenes del rey, sino la ley de Dios dada por Moisés! Y tú, rey, el más criminal de entre los hombres, no te engrías neciamente, porque no escaparás del justo juicio de Dios. Mis hermanos poseen ya la vida eterna prometida, y yo, como ellos, entrego mi cuerpo y mi vida por la ley de mis antepasados y de mi Dios.
La furia del rey no tiene límites, y manda atormentar a éste más duramente que a los otros, el cual muere, dice la Biblia, limpio de toda mancha y confiando del todo en el Señor. Como muere también la madre, una de las mujeres más gloriosas de que puede enorgullecerse la historia de Israel (2Macabeos, 7)
Faltaban ya pocos años para que en el mundo apareciese, nacido de la Virgen María, el Salvador prometido. En el pueblo judío existían muchos males por aquellos días. Pero había también muchos israelitas sin malicia ni engaño, que serán la semilla del nuevo Israel de Dios y con los cuales pudo contar Jesús.
¿Qué decimos nosotros ante relato semejante?… Sólo una pregunta aflora a nuestros labios: ¿Hubiera sido posible tal heroísmo de siete muchachos sin haber contado antes con una madre sin igual?… No. Y la lección que nos da la Biblia es actual a más no poder.
Israel se vio atacado por enemigos poderosos que quisieron hacerle apostatar del único Dios, obligándole a aceptar la cultura pagana extranjera. A nosotros nos acosa hoy un neopaganismo que nos quiere arrebatar nuestra mayor riqueza como es la fe de nuestro Bautismo. Ante tirano semejante, nuestra mirada se dirige confiada a las madres de familia.
Ellas son las grandes formadoras del corazón en la fe y en la piedad.
Si en cada hogar hay una madre como la de los Macabeos, ¿a que la impiedad va a poder muy poco o nada con nuestros niños y nuestros jóvenes?
La fe que se aprende en las rodillas de la madre tiene mucha más fuerza que todos los perseguidores juntos…