Matatías, el macabeo

28. diciembre 2018 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

Los dos primeros capítulos del primer libro de los Macabeos son emocionantes. Los valientes israelitas emprenden una campaña imponente contra los paganos y contra los apóstatas de le ley sagrada en el pueblo, y se convierten en el prototipo de los héroes que lo saben dar todo por la Religión y por la Patria.

Desde la vuelta del Destierro, Israel nunca fue políticamente libre del todo, pero sí que podía conservar y conservaba celosamente su propia religión. Hasta que vino el perverso rey Antíoco Epífanes, el cual se lanzó contra Egipto y después contra la Judea, para someter a todos los pueblos y obligarles a abrazar las costumbres griegas civiles y, sobre todo, religiosas, heredadas en toda el Asia desde los tiempos de Alejandro Magno.

El saqueo del Templo de Jerusalén fue total. Y vinieron, con pregón y por escrito, las órdenes reales:
– Tienen todos obligación de aceptar las costumbres extranjeras. Quedan suprimidos los holocaustos, sacrificios y ofrendas sobre vuestro altar. ¡Fuera de una vez sábados y fiestas judías! Los altares serán únicamente los construidos a los ídolos de los nuevos dioses. Sobre todo, se acabó eso de la circuncisión y lo que vosotros llamáis impurezas y profanaciones. Quien quebrante estas leyes, será condenado a muerte.

La apostasía de la sagrada religión, dada por Dios a Moisés, se convertía en ley. Muchos resistieron. Las madres que hicieron circuncidar a sus hijitos, fueran pasadas a filo de espada, con los niños colgados al cuello. Muchos israelitas se mantuvieron firmes y murieron valientemente antes que apostatar. Pero fueron muchas también las apostasías.

No había más remedio que huir si es que se quería vivir como Dios mandaba. Entre los fugitivos, estaba Matatías, asentado con sus hijos y todo su clan en Modín. Pero allá se presentaron los emisarios del rey, exigiendo la apostasía:
– Matatías, tú eres un hombre venerable y todos te respetan. Por lo mismo, si tú eres el primero en ofrecer sacrificios en el altar de los nuevos dioses, todos los judíos te seguirán, y tú y los tuyos seréis los grandes amigos del rey.
Matatías se sulfura cuando se ve tentado en su fe judía, y responde sin más:
– ¿Eso me piden, canallas? Aunque todos los pueblos del reino obedezcan al rey, renuncien a nuestra religión sagrada y cumplan vuestras órdenes, yo, mis hijos y mis parientes seremos fiel a la ley de nuestros antepasados. ¡No obedecemos, ni nos apartamos de nuestra religión!

Entonces, un judío apóstata se acerca al altar y ofrece el sacrificio sacrílego. El viejo Matatías arde en cólera, agarra una espada, se acerca al altar, mata al judío miserable y junto con él al emisario del rey. Allí mismo lanza su proclama al pueblo: – ¡El que quiera defender la ley y ser fiel a la alianza, que me siga!
Y fueron muchos los judíos que se aliaron con este anciano sin igual. Un ejército poderoso mandado por el rey los persigue hasta el desierto donde habían acampado, y les invitan a salir de sus cuevas donde permanecían escondidos:
– Salgan, cumplan el decreto del rey, y salven sus vidas.
– ¡No queremos! Ni saldremos ni cumpliremos el decreto del rey. ¡Preferimos morir! El cielo y la tierra serán los testigos de que hemos muerto injustamente.
Unas mil personas, entre hombres, mujeres y niños, derramaron aquel sábado su sangre por no profanar la ley. Enterado Matatías y los suyos, lloraron amargamente aquella carnicería. Pero hicieron también su juramento:
– Combatiremos contra todo el que nos ataque aunque sea en sábado. Más, nos vamos a lanzar en ataque abierto para salvar a nuestros hermanos y castigar a los cobardes apóstatas. ¡Animo, valientes!

La campaña tuvo pleno éxito. Limpiaron el país de tanta profanación y consiguieron que se les unieran muchos para organizarse contra el rey. Y el inquebrantable Matatías, a punto de morir, arengó a los suyos:
– Ahora triunfa la soberbia y la ignominia. Pero vosotros, hijos míos, defended con coraje la ley y ofreced vuestra vida por la alianza. Comprobad cómo los que esperan en el Señor no sucumben nunca.

Dejamos aquí nuestra narración. Van a venir pronto las proezas guerreras de los hijos de Matatías, que todavía hoy nos asombran. Los Macabeos, el padre y los hijos, nos enseñan lecciones magníficas.

Hoy nuestros pueblos —los latinoamericanos sobre todo—─se ven invadidos por ideologías y costumbres venidas de fuera y que quieren arrancarnos nuestras tradiciones más sagradas. Estamos acordes con que otras civilizaciones nos traen cosas muy buenas, adelantos sociales magníficos, técnicas y progreso muy ventajosos. Conformes con todos esos adelantos, ¡no faltaba más!

Pero, ¿podemos aceptar que nos roben nuestra identidad propia? Tenemos costumbres patrias a las cuales no queremos renunciar. Sobre todo, no renunciaremos jamás a nuestros valores religiosos, a nuestra fe, a nuestra moral, mucho más sana que la que nos llega de fuera. Por remediar a veces nuestra pobreza, nos quieren imponer prácticas que no podemos aceptar.
¿Qué necesitamos muchas veces ser valientes? ¡Claro que sí! El ir contra corriente es siempre costoso.

El cristiano, sin embargo, no pretende ninguna lucha armada ni la contienda de la calumnia o la difamación, porque no es ése el espíritu del Evangelio.
Pero sí que el cristiano está dispuesto a ser fiel a las exigencias de su fe, de sus costumbres tradicionales, de leyes justas por las que siempre se ha regido.
La Religión y la Patria siguen teniendo muchos héroes, y nosotros queremos ser dignos de ellos.

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