El triunfo del Arca
25. enero 2019 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Narraciones BíblicasDespués de la travesía del desierto, Dios prepara para su pueblo una entrada triunfal en la tierra prometida. La conquista de Jericó resulta una página bella y aleccionadora de la Biblia (Josué, capítulos del 2 al 6)
Los exploradores han observado bien el terreno, y Josué, sucesor de Moisés en la guía del pueblo, da la órdenes oportunas: No ha de quedar piedra sobre piedra de la ciudad de Jericó. Todo ha de ser entregado al anatema, a la exterminación en honor de Yahvé. El oro, la plata y el hierro, se tomarán para la Casa del Señor. Todos sus habitantes han de ser pasados a filo de espada. No ha de quedar con vida un uno solo.
– ¿Ni uno?, replican los exploradores. ¿Y Rahab, la prostituta, esa mujer que nos guió y prestó auxilio?
– Sí, a Rahab y a su familia se les ha de respetar, porque creyó en nuestro Dios, y ayudó a nuestros espías que andaban perdidos. Con juramento le prometieron que a ella y los suyos no les pasaría nada. Colgada de su ventana encontraremos la cinta roja que puso como señal.
Todo el pueblo está acampado en la orilla Este del río Jordán. Josué, buen estratega, inspecciona el terreno y dicta la orden del día:
– ¡Todos a purificarse del pecado! Porque mañana va a realizar Dios grandes prodigios a la vista de todo el pueblo. Los sacerdotes tomarán el arca y se pondrán delante de todos.
Así lo hacen, y al día siguiente, dispuesto todo, precisa los detalles:
– Que avancen los sacerdotes con el arca. Apenas toquen el agua del río con sus pies, se dividirán las aguas del Jordán, formando dos muros al Norte y al Sur, como lo hiciera el Mar Rojo a las órdenes de Moisés. Seco el cauce del río, los sacerdotes que se detengan en el medio hasta que pase todo el pueblo. Y un hombre de cada tribu, señalado ya desde ahora, que tome una piedra de las del río y la pase consigo para levantar el memorial que les diré. Y ahora, ¡adelante!…
Comienza el prodigio. Nada más los sacerdotes portadores del arca tocan con sus pies el agua, ésta levanta un muro hacia arriba y otro hacia abajo. Los sacerdotes se detienen en el medio, hasta que todo el pueblo, una multitud grande, lo ha cruzado del todo. Cierran entonces la marcha los sacerdotes con el arca sobre su hombros, y las aguas vuelven a su curso normal. El pueblo se entusiasma: -¡Josué, Josué!… Dios te glorifica a nuestros ojos como glorificó a Moisés. ¡Tú serás nuestro guía!
Los que llevan las doce piedras cumplen ahora una orden precisa del caudillo del pueblo:
– Levanten en Guilgal un monumento que sea memorial. Cuando vuestros hijos el día de mañana pregunten: ‘¿Qué significa esto?’ , oirán: ¿Esto? Las aguas del Jordán quedaron cortadas delante del arca de la alianza del Señor. Estas piedras son para los israelitas un memorial perpetuo.
La ciudad de Jericó está a la vista. Fuertemente amurallada, ¿quién la va a conquistar? ¿No es una locura tan siquiera el intentarlo? Pero Dios está con su pueblo. Y Josué, el lugarteniente de Dios, vive fuertemente de la fe. Ahora vienen los preparativos para el asalto definitivo. El primero de todos, uno espiritual:
– ¡A circuncidarse todos los varones que han nacido en el desierto, y que aún no han cumplido con este signo de pertenencia al pueblo de Dios!
Después, otro que llena de alegría al pueblo: ¡A celebrar la pascua!
Allí comieron ya los panes ácimos con trigo y con los frutos de la tierra. Desde este momento, cesó para siempre el maná con que Dios había alimentado al pueblo a través de las estepas.
Todo está dispuesto para la gran aventura.
– ¡Sacerdotes! Con el arca en vuestros hombros, a dar varias vueltas a las murallas de la ciudad! Y, a la séptima vuelta: -¡Lancen todos el grito de guerra, que el Señor nos entrega la ciudad! Y mientras los aullidos se confunden con el ruido de las trompas, se desploman las murallas, y por los anchos boquetes se precipita todo el pueblo sobre las calles, invade las casas, y pasa a cuchillo a todos los habitantes sin dejar uno solo vivo. Sólo la prostituta Rahab y su familia se salvan de aquella hecatombe descomunal.
Había comenzado de modo tan clamoroso la conquista de la tierra prometida. Pero, ¿es esto sólo un relato bonito de la Biblia? No. La misma Biblia da la razón: “Para que todos los pueblos de la tierra sepan que la mano del Señor es fuerte y respeten siempre al Señor” (Josué 4,24)
Además, la carta a los Hebreos nos da la interpretación sobre Josué y Rahab. La fe le valió a Josué el derrumbe de las murallas de Jericó. Y fue también la fe lo que le salvó a Rahab la vida, y le valió ser inscrita en el pueblo, porque había creído en el Dios de Israel (Hebreos11,30-31)
Este relato nos hace ver el triunfo del arca de Dios. Pero no precisamente del arca antigua, que sólo es signo del Arca verdadera. La antigua contenía la presencia de Dios sólo en símbolo. El Arca de la Nueva Alianza, centrada en la Eucaristía, es presencia viva de Dios, pues Jesucristo en persona, en quien habita toda la plenitud de la Divinidad, es quien está en medio de su Pueblo, el nuevo Israel de Dios.
La fe de Josué. La fe de Rahab. La fe de la Iglesia en la presencia viva de Dios…
La FE ha sido y es la fuerza del Pueblo de Dios, tanto en la Antigua Alianza como en la Nueva.
Nosotros la centramos en la Eucaristía, de la cual le viene a la Iglesia la fuerza, el auxilio, el triunfo total en su peregrinación, hasta que entre en la tierra prometida de la Vida Eterna.
El Señor Jesús está personalmente con nosotros: ¿qué miedo vamos a tener?
El Señor vive en medio de nosotros: ¿cómo no vamos a poder con las empresas más arriesgadas? Jesucristo, y nosotros con Él, lo podemos todo.