Cuidado con la guerra civil…

8. febrero 2019 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

Acababa Jesús de curar a un ciego y mudo, que pasaba por eso como un endemoniado de categoría. Las gentes se entusiasman: ¡Jamás habíamos visto cosa semejante! Este Jesús es por fuerza el Cristo.
Los fariseos, por de pronto, piensan todo lo contrario. Y expresan una opinión que Jesús la va tomar muy en serio, de tal modo que le obliga a declararla como el mayor de los pecados, llamado por el mismo Jesús “pecado contra el Espíritu Santo”, causa de condenación sin remedio (Mateo 12, Marcos 3, Lucas 11)

Enterados los fariseos del milagro tan llamativo, y ante la admiración de las gentes, empiezan a meter la cizaña con una acusación muy grave:
– ¿Hacen caso de ese Jesús? Están muy equivocados, Ése no lanza a los demonios con el poder de Dios, sino con el poder de Belcebú, el príncipe de los demonios que él lleva dentro.
Parece que Jesús toma al principio con calma la acusación, porque empieza a razonar con ellos de manera muy reposada.
– ¿De veras que yo lanzo los demonios en nombre de Belcebú? Entonces, vuestros hijos, ¿en nombre de quién los echan? Vuestros hijos serán vuestros propios jueces.

Callan los fariseos ante esta acusación. Pero Jesús no está hoy para callarse.
– ¿Os parece que puede subsistir un reino en guerra civil? Se arruinará. Como se arruinará cualquier ciudad o clan familiar que se dividan contra sí mismos. Por lo mismo, si lanzo a los demonios en nombre de Satanás, su jefe, Satanás está dividido contra sí mismo. ¿Será posible que resista su reino?

Los fariseos siguen mudos, pues no tienen réplica las palabras de Jesús. Satanás será todo lo malo que quiera, pero no es tan tonto como para luchar contra sí mismo… Sigue Jesús atacando:
– Entonces, si yo arrojo los demonios con el Espíritu de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a vosotros.

Esto era lo más grave para los fariseos. Porque, ante la evidencia, tenían que confesar que Jesús era el Enviado de Dios, el Mesías prometido, pues era mucho más fuerte que Satanás. Pero, la explicación se la quiere dar el mismo Jesús con una comparación que les deja también sin respuesta.
– Cuando un hombre está bien armado, guarnecida la casa, cercada y con todas las defensas, sus bienes están asegurados. Nadie puede entrar y robarle. Pero si viene otro más fuerte y con mejores armas, entra, agarra al dueño, lo ata bien, lo desarma, saquea la casa y se apodera de todos sus bienes.

Los fariseos no hablan. Sólo escuchan. Jesús se declara más fuerte que Satanás, y, con lo dicho hasta ahora, avanza la afirmación que lanzará dos días antes de morir: “Ahora Satanás, el que tiraniza a este mundo, va a ser arrojado fuera” (Juan 12,31). Con esta idea en la mente, les dice a los fariseos que tienen que optar entre Satanás o el Cristo que Dios les envía:
– El que no se pone de mi parte, está contra mí.
¿Se dará Satanás por vencido? No. Intentará por todos los medios recobrar el terreno perdido, posesionándose del hombre que se le rinde. Jesús lo explica de esta manera: -Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, recorre lugares áridos en busca de reposo. No lo encuentra, y se dice: Volveré a la casa de donde salí. Llega, y la encuentra limpia y adornada. Trae consigo otros espíritus peores que él, y el fin de ese pobre hombre resulta peor que el principio.

Sin discutir con los fariseos, y hablando con esta calma, Jesús está hoy más terrible que nunca. Pero le falta decir lo más serio de todo:
– A los hombres se les perdonará cualquier pecado que cometan y blasfemia que digan. Pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no tendrá jamás perdón. Quien la diga, cargará siempre con esta blasfemia. No se le perdonará ni en este mundo ni en el otro.

Aquí acaba la narración de Mateo, Marcos y Lucas. Ninguno de los evangelistas explica la reacción de los fariseos que plantearon la cuestión sobre el poder de Jesús. Es de suponer que se quedaron petrificados. Pero dispuestos a seguir luchando hasta el fin contra el joven Maestro de Nazaret.

Nosotros, reflexionamos sobre las palabras de Jesús. ¿No se peca hoy contra el Espíritu Santo?…
Ese pecado terrible, es la obcecación de quien se empeña en negar la divinidad de Jesús.
Es cerrar los ojos a la luz que le enfoca.
Es retorcer voluntaria y culpablemente el sentido claro de las palabras de Jesús en el Evangelio.
Es negar la acción evidente del Espíritu Santo en su Iglesia, cuando ésta produce las obras del Espíritu.

¿Y qué decir de la división que algunos se empeñan en producir dentro de la Iglesia? Como lo denunciaba ya San Pablo (1Corintios 11,19), ha habido y habrá siempre herejías y sectas, que provocar división en el Reino de Jesucristo.
Satanás no divide nunca sus huestes malditas, pero se emplea a fondo en dividir la Iglesia de Cristo, en meter en ella lo que podríamos llamar “la guerra civil”… El Papa Pablo VI lo dijo en nuestros días con aquella expresión famosa: Grietas en la Iglesia, y el humo de Satanás se ha metido por ellas.

Sin embargo, por serias y graves que sean todas esas palabras de Jesús a los fariseos, a nosotros no nos quitan el optimismo. Lamentamos la suerte de los que se pueden perder, como la lamentaba Jesús, y más que nadie. Pero sabemos que el triunfo final será de Jesucristo y de su Iglesia. Siempre nos atenemos gozosos a sus palabras antes de morir: “¡Confiad! Al mundo lo tengo yo vencido” (Juan 16,33). El enemigo es fuerte; pero Satanás en las manos de Jesucristo es un verdadero muñeco…

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