Tras las huellas del profeta.
22. marzo 2019 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Narraciones BíblicasCuando leemos en la Biblia la historia de Elías, nos entusiasmamos y nos conmovemos. Elías fue el prototipo de la valentía de los profetas de Yavé.
Acababa de dar la orden despiadada: -Pasen al filo de la espada a los cuatrocientos profetas del dios Baal,¡que no se escape ni uno!… Después, el hecho prodigioso de la nube del Carmelo, que desata una lluvia torrencial y trae la bendición a la tierra reseca… Pero, ahora viene la venganza de Jezabel, la impía esposa del rey, que, enterada de la matanza de los profetas de Baal, le envía furiosa el mensaje:
– ¡Los dioses me castiguen, si mañana a estas horas no estás muerto como los profetas que tú mandaste degollar!
A Elías le entra miedo, y huye hacia el sur. Se adentra en el desierto con una meta fija:
– ¡Oreb, el Sinaí, el monte sagrado de la Ley! ¡Allí, allí me encontraré con el Dios de Israel, al que le juro fidelidad eterna!…
Este es su propósito. Se interna en el desierto, y llegado el anochecer se tumba rendido bajo una retama, descorazonado:
– ¡Basta, Señor! Puedes quitarme la vida. No puedo más.
Se duerme, pero en mitad del sueño, la voz de un ángel que lo despierta:
– Levántate. Ahí tienes un pan caliente y un jarro de agua.
Lo hace Elías, y se duerme de nuevo. Pero, otra vez el ángel:
– Levántate, por favor; y come y bebe más, pues te queda un gran camino que recorrer…
Así era. Días y más días hasta alcanzar el Horeb, o Sinaí. Se guarnece en una cueva, y oye la voz de Dios: -¿Qué haces aquí? Elías se desahoga:
– Señor, me devora el celo por ti. Los israelitas han roto tu alianza, han destruido tus altares y han matado a tus profetas. Sólo he quedado yo, y me buscan para matarme.
Dios le ordena ahora: -Sal de esta cueva, y párate de pie en la montaña, ¡pues voy a pasar!
Elías lo hace, y espera. Allí había visto Moisés la zarza ardiendo. ¿Cómo se le va a presentar ahora Dios?… Un viento huracanado, que removía hasta las peñas; pero Dios no estaba en aquel viento arrollado… Un terremoto violento, pero Dios tampoco estaba metido en él… Un fuego abrasador, pero Dios no se hallaba en el fuego… ¿Dónde se esconderá Dios?, se preguntaba Elías…
Al fin, una brisa suave, deliciosa, para entablar una conversación íntima entre el Señor y su profeta:
– ¿Qué haces aquí, Elías?
– Señor, me devora el celo por ti. ¿Qué debo hacer?…
– Recibe mis órdenes. Desanda el camino que has hecho; unges a los nuevos reyes de Siria e Israel que te indico, y llama a Eliseo como profeta sucesor tuyo. Ellos acabarán con todos los prevaricadores y apóstatas de Israel. Pero, queda tranquilo, que no morirán todos. Porque me he reservado a siete mil hombres que no doblaron sus rodillas ante Baal, ese dios falso que tomaron como rival mío… (Reyes 18,40-46; 19,1-18)
Elías, prototipo de los profetas de Israel, se asocia aquí al celo y al caudillaje de Moisés. En el Evangelio, serán Moisés y Elías los que aparecerán en el Tabor hablando con Jesús en la Transfiguración.
Son magníficas las lecciones que nos da este pasaje espléndido de Elías.
Ante todo, el celo abrasador por la causa de Dios. Elías es todo un tipo en cuanto se refiere a la gloria de Dios. No tolera ningún dios rival. No soporta ningún ídolo. Cuando se trata de la fidelidad al Dios de Israel y a su Ley, no conoce términos medios, aunque hayan de rodar cuatrocientas cabezas por el torrente Quisón…
El hecho de Elías rendido por el cansancio y despertado por el ángel para que comiera y bebiera, se comenta de continuo en la Iglesia, aplicada a la Sagrada Comunión. Ese “¡Come y bebe!” del ángel, encontrará un complemento contundente en otras palabras dirigidas a todos por Jesús, que dirá alargando el pan: “¡Tomad y comed, que esto es mi cuerpo! ¡Tomad y bebed esta mi sangre!”…
El camino de la vida, hasta llegar al monte santo de Dios, que es el Cielo prometido, es largo, es fatigoso, puede rendir a cualquiera. Pero Dios nos ha dispuesto unas provisiones y preparado un viático que dan fuerzas sobrehumanas.
En el orden de la Gracia, la Comunión es el seguro total de la perseverancia. Elías come el pan y bebe el agua en aquel mismo desierto donde descendía el maná y donde brotó el agua de la roca, que no eran más que signos de lo que había de venir. Jesús lo dirá claramente: “No como el maná que comieron los antepasados en el desierto y murieron. El que coma el pan que yo daré, vivirá para siempre” (Juan 6,47-50)
Finalmente, Elías recibe de Dios la seguridad de que, aunque sean muchos los israelitas que caen en la idolatría y se pierden, Dios se ha escogido “el resto”, significado en los siete mil fieles, que se salvarán.
Hoy nosotros podríamos descorazonarnos ante tantos que niegan a Dios, pierden su fe o la cambian por otra diferente de la que recibieron en su bautismo. Son dolorosas esas apostasías de los que se alejan de Dios. Pero la fidelidad de Dios permanece. El número de los elegidos se completará, y la esperanza de los que hayan perseverado se verá colmada, ¡porque ni uno faltará a la cita!…
En la Iglesia, hemos visto y seguimos viendo a tantos hombres y mujeres abrasados por el fuego que devoró a Elías. Hoy lo harán sin los ímpetus destructores del profeta, pero sí con la misma pasión por Dios y por su enviado Jesucristo. Mirando a esos héroes de la fe, nuestra esperanza en la Iglesia no muere. En ellos adivinamos que sus destinos son eternos.
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